1579. En Tordehumos, pueblo de Valladolid, un lugareño se refugió en la iglesia huyendo de un mercader al que debía dinero. Pero el mercader, interesado en recuperar lo suyo, ideo la manera de sacarlo del lugar sagrado.
Aquel año se decidió en el pueblo representar un Auto de Fe en la fiesta del Santísimo Sacramento. Como el acogido a sagrado era el mejor actor del pueblo, le rogaron que representase a Cristo en la escena del Huerto de los olivos. Le aseguraron que asi iba bien disfrazado, no lo reconocería nadie.
Pero un alguacil, enterado de todo, corrió a contárselo al mercader, asegurándole que él estaba puesto a prenderlo por siete ducados. El actor que representaría a Judas era muy amigo suyo y en el momento del beso traidor, empujaría con fuerza a Cristo, sacándolo del escenario. En ese momento lo podrían detener.
Así se hizo. Pero al recibir el empujón, Cristo le dijo a San Pedro: "Y vos, Pedro, ¿qué decís?" Y apenas lo hubo dicho, Pedro echó mano a una espada y le dio tal golpe al alguacil que había prendido al Cristo, que le abrió la cabeza. Todos acabaron en la cárcel.
Hubo juicio y esta fue la sentencia: «Primeramente mandamos que a Judas, por la traición y maldad, le sean dados seiscientos azotes. Al San Pedro declaramos y damos por buen Apóstol y fiel, y al Cristo damos por libre y que no pague la deuda. Y al mercader que pierda la deuda, y al alguacil que se cure de la dicha herida a su costa».
Amén.
Queda clara la importancia de elegir bien al personaje que se va a representar.
ResponderEliminarMe trae a las mientes un episodio que narra en "La tía Julia y el escribidor" el recién fallecido Mario Vargas Llosa. Lo comparto íntegro porque es una de mis partes favoritas del libro:
"Doroteo Martí era un actor español que recorría América haciendo llorar lágrimas de inflamada emoción a las multitudes con "La Malquerida" y "Todo un hombre" o calamidades más truculentas todavía. Hasta en Lima, donde el teatro era una curiosidad extinta desde el siglo pasado, la Compañía de Doroteo Martí había repletado el Municipal con una representación que, según la leyenda, era el non plus ultra de su repertorio: la Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor. El artista tenía un acerado sentido práctico y las malas lenguas decían que, alguna vez, el Cristo interrumpía su sollozante noche de dolor en el Bosque de los Olivos para anunciar, con voz amable, al distinguido público asistente que el día de mañana la
Compañía ofrecería una función de gancho en la que cada caballero podría llevar a su pareja gratis (y continuaba el Calvario). Fue precisamente una representación de la Vida, Pasión y Muerte lo que había visto la tía Julia en el Teatro Saavedra. Era el instante supremo, Jesucristo agonizaba en lo alto del Gólgota, cuando el público advirtió que el madero en el que permanecía amarrado, entre nubes de incienso, Jesucristo–Martí, comenzaba a cimbrearse. ¿Era un accidente o un efecto previsto? Prudentes, cambiando sigilosas miradas, la Virgen, los Apóstoles, los legionarios, el pueblo en general, comenzaban a retroceder, a apartarse de la cruz oscilante, en la que, todavía con la cabeza reclinada sobre el pecho, Doroteo–Jesús había empezado a murmurar, bajito, pero audible en las primeras filas de la
platea: "Me caigo, me caigo". Paralizados sin duda por el horror al sacrilegio, nadie, entre los invisibles ocupantes de las bambalinas, acudía a sujetar la cruz, que ahora bailaba desafiando numerosas leyes físicas en medio de un rumor de alarma que había reemplazado a los rezos. Segundos después los espectadores paceños pudieron ver a Martí de Galilea, viniéndose de bruces sobre el escenario de sus glorias, bajo el peso del sagrado madero, y escuchar el estruendo que remeció el teatro. La tía Julia me juraba que Cristo había alcanzado a rugir
salvajemente, antes de hacerse una mazamorra contra las tablas: "Me caí, carajo"."
Plas, plas, plas.
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