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jueves, 31 de octubre de 2019

La atención

A las 6:00 aún es noche cerrada. No se oye ni un ruido. La calma es completa. Así que la madrugada me pillará entre mis cosas, dendaleando, como decía mi madre.

Hay veces en que me voy a la cama con la borrosa conciencia de que lo que acabo de escribir no ha resuelto bien el problema que pretendía tratar y al levantarme, todo está claro. Pero otras, y no son las menos, me levanto con la misma confusión con la que me he acostado.

Llevo varios días intentando comprender qué es la atención y no sé si estoy suficientemente atento al asunto, porque tiendo a descansar en formulaciones que suenan bien, pero son vagas.

La filosofía ha entendido tradicionalmente la atención como la aplicación de la voluntad a un objeto. Es una definición que está bien, pero no por lo que resuelve sino por lo que plantea. En primer lugar, porque atender a una cosa es desatender a muchas y por lo tanto algo que no es bien bien la voluntad, debe iluminar el objeto al que la voluntad se aplica. En segundo lugar, porque la voluntad, en cuestiones de atención, se encuentra siempre sitiada por un ejército de incitaciones a la distracción y no tarda en sucumbir a alguna de ellas. En la inmensa mayoría de los humanos, la voluntad atencional es débil, muy débil.

La atención, por otra parte, parece depender de la carga cognitiva que nos presenta un problema. Si es excesiva, nos cansamos pronto, si es muy liviana, lo resolvemos rutinariamente con la mente puesta en otra cosa. Pero la carga excesiva puede convertirse en rutinaria con la ayuda del hábito y, por lo tanto, la desatención puede ser la manifestación de un éxito en la resolución de un problema.

Añado, y esto me parece lo más interesante, que la creatividad parece ser un fruto de un cierto tipo de distracción. Cuántas veces hemos estados concentrados en la resolución de algo y, agotados, abandonamos la tarea para dedicarnos a cualquier labor sencilla y es entonces, cuando aparentemente estamos lejos del problema que nos ocupaba, cuando salta la chispa...

Pues con todo esto me iba a poner esta mañana, pero me he distraído en el café.

Otra cosa:  Hoy en El Subjetivo hablo de la muerte, como corresponde a estas fechas.

martes, 29 de octubre de 2019

Amar lo que la muerte ha tocado II

En diciembre del 2017, cuando aún escribía en este blog con letra normal, no con esta grande de ahora, escuché casualmente en el último capítulo de una serie de televisión, Godless, estas palabras: "Es terrible amar lo que la muerte ha tocado". Era la idea que estaba buscando para el prólogo que tenía que escribir para el libro de Andrea Köhler El tiempo regalado, que, por cierto, acabó siendo un epílogo.

En Godless estas palabras reflejan el dolor de alguien que entierra a un joven amante con el que apenas se ha intercambiado un beso, pero a mí me interesaron porque intentaba defender que sólo se puede amar lo que está al alcance de la muerte.

Busqué durante semanas al autor de esta frase. Algunos se la atribuían al judío tudelano Yehuda Halevi, pero no la encontré en sus poemas. Otros afirmaban que se trata de un verso extraído de un poema de Immanuel Romano (Immanuel ben Silomón). Tampoco pude confirmarlo.
 
Flannery O'Connor presenta la frase como un verso en una carta, pero atribuyéndoselo a Eugene O'Neill. Dí con la referencia en francés: "Pitié pour l'homme qui aime / ce que la mort peut toucher".

Me gustaba este potencial más que el pretérito de la traducción española de Godless.

Hoy, un visitante anónimo de este café me asegura que su autor es Rabbi Chain Stern (1930-2001) de Brooklyn. Este es el poema completo:

‘Tis a fearful thing
to love what death can touch.

A fearful thing
to love, to hope, to dream, to be –

to be,
And oh, to lose.

A thing for fools, this,

And a holy thing,
a holy thing
to love.

For your life has lived in me,
your laugh once lifted me,
your word was gift to me.

To remember this brings painful joy.

‘Tis a human thing, love,
a holy thing, to love
what death has touched.

Son palabras, me parece, adecuadas para estos días.

Mi prótesis herida

Ayer se me cayó el ordenador al suelo y sentí más dolor que si me hubieran herido.

Inmediatamente miré a ver si le pasaba algo. El contenido -su alma- está ahí, pero no respira: No carga. Escribo esto con los restos de la batería, mirando de reojo su nivel para comprobar que el aparato sigue vivo.

El dolor que me produjo el accidente no es el dolor de un aparato de mi propiedad, sino el de una prótesis que me arrancan con violencia.

Apropiándome de lo que Ortega decía sobre la tecnología, yo he insistido muchas veces en que las pantallas son prótesis antropológicas, pero ahora entiendo que había más verdad en mis palabras de lo que creía. 

Me voy a Barcelona a ver si la cosa tiene arreglo. Y voy con más ansiedad que si fuera al médico.

Recen ustedes  por mi prótesis herida.

lunes, 28 de octubre de 2019

Lunes

Llegar a casa después de un viaje largo es reencontrarse con las tardes de los domingos y las mañanas de los lunes.

Las tardes de los domingos las puso el Señor para insistirnos en que no hay posibilidad de redención para el hombre en esta tierra.

Las mañanas de los lunes las puso el Señor para mostrarnos que, a pesar de todo,  la esperanza es una rutina.

Ayer por la tarde estuve en una tertulia importante hablando de La imaginación conservadora. Un grupo de amigos, digamos que notables, se reúne en el despacho de un abogado, también notable. Invitan a hablar a alguien, que presenta un tema y después se debate, con orden, de manera educada, pero con contundencia. De despedida, le regalan al invitado una botella de buen vino -muy bueno- que tenga algo que ver o con su personalidad o con el tema discutido. Esta cosa milagrosa del debate sosegado en el que diferentes personas pueden tratar sin medias tintas un tema polémico, decía Ortega que es una de las formas de la vida feliz. Creo que no le faltaba razón.

Hoy por la mañana me he levantado con el alma heroica y he ido a comprar pies de cerdo. Ahora tengo la casa inundada de aromas culinarios. Estoy haciendo pies de cerdo con castañas y boniatos y pienso que hogar es aquel lugar en el que un guiso lento hace chup-chup. Afuera la mañana está gris, pero aquí adentro estoy blindado contra cualquier infortunio. Y todo gracias a unos pies  de cerdo.

sábado, 26 de octubre de 2019

El fragor de las horas

Me han pasado muchas cosas en las dos últimas semanas, pero cuando vuelvo la vista atrás, lo primero que me viene a la memoria son detalles deshilachados. Aquel vino de Muxía, el pan gallego sobre el mantel blanco de la mesa, la ascensión a las Piedras Santas y los cinco minutos que pasamos sentados en un banco de madera contemplando la Praia de Mar de Fóra y lo bravucón que soplaba el viento, la larga caminata hasta la Torre de Hércules bajo el orballo, un nombre propio: Servando, la puerta cerrada de la librería de viejo de La Coruña, el descubrimiento casual de aquella iglesia tan pequeña, hecha con esa piedra gallega que parece tener más densidad pétrea que ninguna otra del mundo, las largas caminatas por Madrid, el encuentro accidental con la Antropología filosófica contemproánea de mi admirado García Bacca, el patio de la casa de Lope iluminado por la última luz de la tarde, aquel amanecer frío y turbio...

Pero siempre, siempre, sea cual sea la ventura del viaje, el momento más gozoso es el del regreso a casa. Salimos para encontrar el camino de regreso... no tanto a casa como a quien nos espera en ella. Y, sin embargo, cuando en la soledad del hogar, rodeado del silencio de mis cosas, intento concentrarme en algo, me asaltan de repente esas imágenes aparente menores, como si quisieran tomar aire para permanecer vivas unos días más, antes de sucumbir bajo el fragor de las horas.

viernes, 25 de octubre de 2019

Prólogo a "El amparo de las sombras"

 Llego a casa agotado. He pasado sos semanas fuera, una por Galicia y otra por Madrid. Todo ha ido bien, pero el casancio, incluso siendo gratificante, pesa. Tenía ganas de encontrarme con mis cosas. ¡Qué sensación de seguridad y bienestar la que nos ofrecen las pequeñas cosas, todo aquello a lo que cotidianamente apenas damos importancia! Me encuentro con dos paquetes con libros; uno, de Plataforma,  con ejemplares de El arte de leer; el otro, de La Isla de Siltolá, con ejemplares de El amparo de las sombras.

Este es el prólogo de esta última obra:

Mediodía de un domingo luminoso de marzo, en Puebla, México. De más allá de las jacarandas en flor del Paseo Bravo -que aquí se conocen como Pasión de Cristo, por florecer en Cuaresma- me reclama el tañido de una campana. En este paseo hubo una vez un monumento a un distinguido insurgente, “Benemérito de la Patria”, pero ahora sólo queda una inscripción en la que se lee: “a su memoria, en este mismo lugar, se le erigió un monumento, que desapareció con el tiempo.”
 
Hace mucho calor y decido obedecer el reclamo de las campanas, en busca de la penumbra que proclaman. Llego así hasta la iglesia de San Agustín. En el umbral me encuentro con un cartel en el que está escrito en siguiente texto del santo de Hipona: “Aquí me tienes, Señor. Yo soy aquel esclavo que escapó de su amo y buscó el amparo de las sombras.”
 
¿Es sólo un mensaje o debo recibirlo como un viático para adentrarme en la penumbra?

Al fin y al cabo, un don es aquello que se quiere recibir como tal y, al recibirlo, nos abre libremente a un comienzo.
 
Me siento en un banco, al azar. Al poco tiempo descubro que a mi izquierda está la capilla de Santa Rita. A los pies de la Santa alguien ha dejado una nota escrita a bolígrafo: “Ayúdame a que mi hijo se convierta en un ser humano.” Hay muchas piadosas peticiones que han ido dejando los devotos sin ningún afán de privacidad. “Virgencita ayúdame y ruega por mí ante Jesús de Nazaret para que me sane de mis miedos, y mis penas, y mis corajes, y me ayude a embarazarme y a tener un hijo de mi propio vientre y matriz. Y tú, también, ayúdame, Santa Rita.” La nota está firmada con nombre y apellido. Me pregunto si una persona con esta fe aún sigue siendo habitante de nuestro mundo. Es decir, de mi mundo.
 
¿Pero acaso conocemos a nuestros contemporáneos?
 
Al salir a la calle, encuentro dos mensajes en el móvil. El primero es de Cavalcanti, un amigo madrileño afincado en Cataluña, que me envía un texto de Jiménez Lozano: “La vida es como aquellas viejas posadas españolas en las que un letrero a su puerta advertía: Aquí, el viajero encontrará lo que traiga.” El segundo es del editor de este libro, que me pide un título para el mismo. No lo dudo: “El amparo de las sombras.”
 
Unos metros más adelante me para en plena calle un hombre de unos cuarenta años, con las uñas muy sucias, mal peinado y una mirada esquiva. Me ofrece “zapatillas de cristal”, “feromonas madre” y “espiralados de sabor” (si es que he sabido transcribir sus palabras), al mismo tiempo me muestra una especie de tarjeta de presentación en la que leo: “Sex Shop X. Aquí convergen lo místico y lo profano.”
 
Hay otros mundos, pero vivimos contra ellos. Es decir, vivimos contra hechos. Contra muchos hechos, de espaldas a las evidencias que nos cuestionan.  Posiblemente así debe de ser. Ser humano es ser de algún sitio.
 
Somos tan de algún sitio que, aunque hipócritamente nos guste pretender lo contrario para dar satisfacción a los dioses del presente -los más hipócritas, sin duda, de la historia-, no somos intercambiables.
 
Ser hombre es no ser intercambiable.
 
Todos necesitamos del amparo de las sombras, del regazo de la penumbra. Es decir, de nuestras sombras y nuestra penumbra.
 
Todos podemos recibir esa temblorosa luz que alimenta la vela en la penumbra, como un don que nos permita un nuevo comienzo, porque al alma lo que le da alas es la luz de una vela, no la luz cegadora del mediodía.

miércoles, 23 de octubre de 2019

El amparo de las sombras

El rayo, que todo lo timonea, ha decidido que hoy vieran la luz del día dos libros míos muy distintos, el del Arte de leer, del anterior post, y este, de aforismos, que además de estar en las mejores librerías, debe estar en las estanterías más selectas:



martes, 22 de octubre de 2019

Sobre el arte de leer

Tengo abandonado el Café de Ocata, pero es que ando verdaderamente atareado. Acabo de llegar de Galicia y viajo hoy mismo para Madrid. No me quejo. Hago lo que me gusta  y tengo la fortuna de poder hacerlo. Hoy paso por aquí con prisas para dejarles esto, que acaba de salir:


Más información AQUÍ.


martes, 15 de octubre de 2019

Una experiencia inédita

Cuando he salido a la Plaza de Cataluña estaba lloviendo. Un paquistaní que estaba al acecho, se me ha acercado a venderme o un paraguas o un impermeable, pero me ha parecido que no llovía mucho. Un calabobos. Así que he decidido ir andando hasta la calle Poeta Cabanyes. Atardecía y las luces de las farolas se reflejaban en los charcos. Por mirarlos embobado me he metido en uno. No hacia frío y la ciudad, bajo la lluvia, es tan distinta a la  habitual... Empequeñecen tanto los transeúntes...

Me gusta Barcelona. Aquí se ha desarrollado la mayor parte de mi vida. Si los años de vida cuentan, soy más de aquí que de ningún otro sitio y, sin embargo, no puedo ser sólo de aquí. La infancia pesa tanto en una biografía que todo se escora, de una forma u otra, hacia ella. Se inmiscuye en los sueños del adulto y me temo que puebla los del anciano. Caminar bajo la lluvia significa recuperar, desde la melancolía del adulto, algo de la feliz ingenuidad infantil.

Me he acercado hasta la librería la Central del Raval. ¡Cuánto libro que no me interesa! ¡Cada vez más Foucault! ¡Cada vez más libros de género! ¡Cada vez más heridas identitarias! He salido de allí con las manos satisfechamente vacías. Una experiencia inédita.

Ha parado de llover y como aún tenía tiempo, he ido a la Calders, a saludar a Isabel Sucunza. Más libros y el mismo desinterés. Me ha gustado hablar con ella y he disfrutado del vino que me ha servido. Los libros se han quedado allá lejos.

¿A quién le puedo decir yo, pobre de mí, que estoy leyendo a Manuel Fraga y que llevaba un libro suyo en la cartera? ¿A quién le puedo decir que me están gustando mucho las conferencias que componen El pensamiento conservador contemporáneo, publicado en el 81? Allí he encontrado esta cita de Maeztu: "Un pueblo vive cuando es capaz de integrar a sus herejes". A él lo mataron en el 36, por hereje.

domingo, 13 de octubre de 2019

Z.

Me cuenta su viuda que en el transcurso de una revisión, a Z. le encontraron un pequeño carcinoma en un pulmón. Nada grave, en estos tiempos. Se planificó una operación que se realizó con éxito. Pero una infección hospitalaria se inmiscuyó en su vida y una neumonía fatal se lo llevó en dos días, sin que los médicos pudieran hacer nada por evitarlo.

Comentamos, emocionados, cosas de él y los dos coincidimos en que últimamente se lo veía relajado, feliz, centrado, sereno, haciendo planes.

Las personas ocupamos diferentes espacios vitales y por eso cuando morimos dejamos diferentes espacios desolados. Las que ocupan mucho espacio vital, dejan ausencias muy grandes. Nada volverá a ser lo mismo, porque cuando vuelva de mis paseos ya no te encontraré en la terraza de ese bar tomando una cerveza.

Cada vez se esponjan más los espacios vitales. Quedan huecos de sentido, vacíos, burbujas de ausencias, terrenos baldíos. Hay que ir aprendiendo a transitar por ese mundo sin dejar de amar la vida.

sábado, 12 de octubre de 2019

Escribir

Me pongo a escribir porque creo que tengo algo que decir, pero con frecuencia en el proceso de la escritura me doy cuenta de que no sé decirlo bien. Mis ideas no son lo suficientemente claras y distintas como para encajarlas con soltura en las palabras. 

La necesidad de aclarar las ideas para hacer más diáfana la expresión y para reconocerme a mí mismo en lo que escribo -para asumir ese párrafo como mío- me fuerza entonces a pensar de otra manera lo que creía que era una convicción y a ir más allá de mis supuestos. Y así caigo en la cuenta de que no tenía las cosas tan ligadas como parecía y que, sorprendentemente, no comparto todo cuanto escribo.

Si la verdad, ciertamente, obliga, la incoherencia aún obliga más.

Decía Platón que el pensamiento es el diálogo del alma consigo misma. Posiblemente así sea en el caso de los grandes pensadores, que son capaces de detenerse ante la realidad y darle forma conceptual. Pero en mi caso, para poder pensar conmigo mismo tengo que dar forma escrita a lo que antes de escribir creía que eran mis ideas.

En el esquema que me hago inicialmente, todo está claro, pero es en la escritura, que me obliga a ir paso a paso, donde se pone a prueba mi coherencia.

Digo "mis" ideas como si tuviera un derecho de propiedad sobre las mismas, y resulta que son ellas las que me fuerzan a tirar por aquí o a torcer por allá.

Escribir es ponerse en manos del logos que uno es capaz de gestionar.

viernes, 11 de octubre de 2019

The Big Lizásoain

Mi amigo Luis Lizásoain, como es un pedagogo serio, de los que investigan y llegan a conclusiones importantes, no es muy conocido en las escuelas. Trabaja tanto, que no tiene tiempo para pendonear en los medios. Pero es un genio. Ha demostrado que el medio social de un centro escolar condiciona, pero no determina sus resultados. Sea el que sea su nivel socioeconómico, hay centros que rinden muy por debajo de lo que sería previsible y, otros, muy por encima. Si el medio social determinase, el resultado de cada centro estaría exactamente en la línea ascendente central. Pero aunque es indudable que esa línea se comporta como una especie de atractor, hay centros que son capaces de escapar de su influencia, para bien y para mal. El profesor importa.

Como Luis Lizásoain es de esos amigos para siempre, me cuida enviándome sutilezas como las de las fotos.

Estoy observando que últimamente los amigos me regalan bebidas, cosa que agradezco con toda sinceridad, pero me mosquea un poco el hecho de que parezca que se han puesto de acuerdo. El señor que me ha traído hoy el paquete con las dos botellas, me ha dicho: "Aquí hay líquido. ¿Qué es, un homenaje que le hacen, o qué?"
 



jueves, 10 de octubre de 2019

El sistema y el espectáculo de los antisistema


Me envía un asiduo e histórico visitante de este café esta imagen con la siguiente pregunta: "¿Cuánto cinismo es capaz de soportar el Antisistema?"

Lo único que puedo contestar, E., es que tanto como el Sistema. 

Sloterdijk escribió hace tiempo su Crítica de la razón cínica -que creo que se ha vuelto a reeditar recientemente- y acertó. El cinismo es uno de los rasgos que mejor desciben a nuestro tiempo.

Diógenes el Cínico era muy querido en Atenas porque convirtió, posiblemente sin proponérselo, el gesto ético en espectáculo y por eso la gente, después de oírlo, podía seguir tan tranquilamente con sus vidas. 

El espectáculo es la argucia que elige el Espíritu para mantener en nómina a los indignados. 

Lenin, que era un tipo muy listo, ya sabía que a los intelectuales había que ganárselos porque dan juego en el espectáculo mediático, pero en ningún caso había que tomarlos en serio.

miércoles, 9 de octubre de 2019

El mejor momento del día

Cuando estoy en casa me gusta levantarme temprano, muy temprano. Con frecuencia, aún no  ha amanecido. Y sin lavarme la cara vengo al ordenador. Los mails se acumulan y si no los respondo diariamente acaban sucumbiendo en el olvido bajo el peso de los nuevos mails, que llegan en alud. Después intento pasar mis notas a limpio y cumplir con compromisos.

Llevo varios días tomando notas sobre el capitalismo cognitivo, que es de lo que les hablé hace unos días a los miembros del Capítulo español del Club de Roma. Cada vez veo más claro que lo que define nuestro tiempo no es ni la información (“sociedad de la información”), ni el conocimiento (“sociedad del conocimiento”), sino el hecho de que el conocimiento ha adquirido el valor económico que hasta hace poco tenían los llamados recursos naturales. Eso en sí no tendría que ser malo. Incluso podría ser muy bueno. Pero comenzamos a ver que el conocimiento -el conocimiento poderoso- está aún peor repartido que la riqueza tradicional.
 
No sé si han oído hablar de la “Smart Fraction Theory”. Me parece que comienza a ser muy evidente que estamos asistiendo, en vivo y  en directo, a la formación de una élite cognitiva que se caracteriza tanto por acumular conocimiento como por la accesibilidad a los "big data" que ese conocimiento le permite. Pero no era de esto de lo que quería hablar, sino de mi método de trabajo. Todas estas notas que voy escribiendo tienen que ser revisadas, criticadas, ordenadas y pasadas a limpio. En este momento esta cuestión de la élite cognitiva es especialmente importante para mí porque pretendo que el libro en defensa del conocimiento en el que ando trasteando, acabe con un capítulo sobre la relación entre sistema educativo y capitalismo cognitivo.
 
Y en esto suelen dar las diez o diez y media de la mañana y es la hora de cambiar de tercio. Me ducho, me visto y me voy a mi Plaza de Ocata, a desayunar y a leer hasta el medio día. Con frecuencia ya me tienen preparando algún libro que ha dejado allí el cartero. El de hoy ha sido una gratísima y fenomenal sorpresa, El tesoro olvidado, de Dimas Mas, autor que a veces se pasa por aquí con su nombre de pila.

Ese momento en el que pongo los pies en la calle y respiro hondo el aire nuevo de la mañana, es el mejor del día. El más sensual, el más expansivo y, al mismo tiempo, el más leve, el más liviano, y lo es especialmente en días como hoy en los que el verano anda rezagado y nos regala mañanas luminosas y reconfortantemente tibias... lo justo para que sea una delicia ponerse de espaldas al sol y sentirte inundado de calor. Les parecerá una tontería, pero por ese momento está salvado el día. 

Y todavía queda el magnífico café del Petit Cafè.

martes, 8 de octubre de 2019

Turbulencias

Pierdo con frecuencia el equilibrio. Mi caída más aparatosa fue la de la semana pasada en la estación de Sants. Me caí por las escaleras mecánicas. Acabé con una rodilla sangrando y el traje roto. Pero cumplí. Di mi conferecia en Madrid.

En marzo me caí en Puebla (México) cuando iba a dar una conferencia. Me caí como suelo caerme, a plomo. Di con la cabeza en el suelo, las gafas salieron rebotadas. La gente vino a socorrerme y querían que me viera un médico. Pero yo les dije que tenía una confertencia que dar. Cogí mis gafas y me dirigí a mi destino. Por la cara que pusieron al verme entrar en la sala de conferencias me imaginé que iba como un Ecce Homo. Pero cumplí. Eso sí, tuve que dar la conferencia sentado. Después me llevaron a la enfermería y me atendió en catalán una médico muy simpática de Vic.

En Madrid me caí un día de mucha lluvia sobre un charco tras resbalar en una alcantarilla.

Hoy he estado a punto de caer bajando del tren.

Lo que me pasa es que, de repente, el suelo no está donde debiera estar.

No me quejo. No me pienso quedar recluído sentado en el sofá frente a la televisión.

Hoy he conocido en Barcelona a un joven de 21 años que lee a Russell Kirk y eso ya ha dado sentido al día. Pero además he cenado con Carme Fenoll y hemos hablado de los ingenieros y la ingeniería del futuro. Es decir, no de cómo será la ingeniería del futuro, sino de cómo los ingenieros consiguen que nos imaginemos el futuro. Los ingenieron son los nuevos profetas. Si el hombre, como decía Ortega, es un ser futurizador, hoy no futurizamos con las imágenes de ideólogos, políticos o artistas, sino con las de los ingenieros.

Tres noticias:

El 14 de noviembre debatiré con Javier Gomá sobre la dignidad en el Círculo del Liceo.

Al dí siguiente, el 15, hablaré en el Club Tocqueville sobre el conservadurismo español en el siglo XX.

Hoy el amigo J.N. me ha enviado una caja con 6 botellas de Moët  & Chandon para celebrar nuestros 6 años de amistad.

Creo que merece la pena seguir cayéndose por esos mundos de Dios.

sábado, 5 de octubre de 2019

Cruzando la Plaza Nueva

Iba yo a hacer la compra esta mañana y, al cruzar la Plaza Nueva, me ha parecido oír que una madre llamaba a su hijo Leónidas. Así que me he sentado en un banco para confirmarlo y no me he movido de allí hasta que de nuevo lo ha llamado con un sonoro y desacomplejado Leónidas. Hubiera abrazado a esa madre heroica.

Venía yo de hacer la compra esta mañana y, al cruzar la Plaza Nueva se me ha acercado una mujer cuya cara me resultaba vagamente familiar. Sin duda, venía hacia mi. Me ha llamado por mi nombre. Me he detenido un poco perplejo. Quería contarme que su padre acababa de morir. Entonces he caído. Era aquella alumna que tuve hace cuarenta años. Tendría ella 12 años y su padre... Una gran persona.

Hubo un tiempo en que los viejos tenían el buen hábito de morirse cuando tocaba, es decir, de viejos. El niño que yo fui asistía al espectáculo inédito de la vida y veía de lo más normal que los viejos murieran porque eran gente remota y como supervivientes de una cultura desaparecida. Vestían distinto, hablaban distinto, tenían pocos dientes y les temblaban las manos. De vez en cuando, es cierto, se moría alguien joven, de nuestra cultura, y eso era un drama. O se moría una criatura y era como el mundo al revés. Cuando éste último era el caso, las campanas de la Iglesia de mi pueblo no tocaban a muerto, sino a “mortichuelo.”

Ahora la gente de mi edad tiene el mal gusto de morirse como si fueran viejos, supervivientes… etc. Y eso lo cambia todo. El completo espectáculo del mundo se vuelve irónico.

viernes, 4 de octubre de 2019

Novedades de otoño

Éste está siendo un año curioso. Tras La imaginación conservadora, mi intención era dedicarme intensamente a un libro en defensa del conocimiento que espero tener acabado el mes que viene y que, si todo va bien, saldrá en febrero. Pero el hombre propone y el azar dispone. En marzo pasé dos semanas en México, la mayor parte de ellas en Puebla, a la sombra del volcán Popocatépetl, que andaba con las tripas revueltas, y fascinado por los milagros cotidinos de ese país indefinible, romántico y cruel, áspero y tierno, sinuoso y directo..., acabé un libro de aforismos que había iniciado hacía tiempo. Lo publicará de aquí a unos días mi querido amigo, el poeta sevillano Javier Sánchez Menéndez, en esa editorial tan entrañable para mí que es La isla de Siltolá. 
En julio, una conjunción de elementos cordiales, entre los que se encontraban mis admirados Luis Solano, de Libros del Asteroide, y Sergio Vila-Sanjuán, me llevó a dar una conferencia a los editores catalanes en el Forum Edita, titulada "Sin educación, no hay lectura", que ahora -en unos días- publican mis amigos de Plataforma. En noviembre hablaré sobre esta misma cuestión en Santiago, en una convención de editores gallegos.


Aún hay alguna cosa más, también inesperada, y muy especial -relacionada con los pájaros de Ravel-, para comienzos del año que viene... pero esperemos a hablar de ella a tener, al menos, la portada.

Cuando comencé a publicar -siempre estaré agradecido a la Editorial Trotta por abrirme tan generosamente las puertas-, escribía libros muy pedantes, llenos de notas a pie de página y bibliografía, que no hacían más que acallar mi voz, sepultada entre mucha erudición mal digerida. Pero un día descubrí que ya no escribía para mi curriculum, que ya no estaba en ninguna carrera de méritos,  que ya no quería demostrar nada sobre mí mismo, sino demostrarme cosas a mí mismo, y me puse a escuchar mi propia voz y a modularla. La edad trae con ella no pocos achaques, pero entre ellos se esconde un regalo inesperado, la libertad. Es un regalo grande y exigente que me está ayudando a redescubrir el mundo y a redescubrirme a mí mismo.

jueves, 3 de octubre de 2019

¿Para qué sirve lo inútil?

El pasado 24 de septiembre, Miguel Barrero, director de educación de la Fundación Santillana, aseguraba en El País que lleva 35 años preguntando “¿Para qué sirve una raíz cuadrada?" Y todavía no ha hallado una respuesta convincente.

Menuda pregunta, ésta de la utilidad.
 
Si tuviera que borrar de mi memoria todos los conocimientos inútiles… comenzaría por un sueño irrealizable que me acompaña desde que tropecé con él en una página de Moreno Villa:
Pobre me vi entre los pobres, porque yo carecía de virtudes guerreras o cristianas.
Un monje, un día, dedujo, mirándome a la cara, mi origen musulmán. Me llamó y me dijo:
- Tú perteneces a la gente del Sur. Harapiento vas y no estás tullido. ¿Qué oficio practicabas entre los tuyos?
- Señor, nunca tuve oficio. Amaba y leía.
Continuaría borrando la descripción de la incineración de Frida Kahlo que encontré entre los papeles de un antiguo agente de la CIA en México (es que me gusta escarabajear inútilmente entre papeles viejos):  
A medida que el cuerpo de Frida se iba acercando a las puertas abiertas del horno, eran las llamas las que parecían acercarse hacia su cuerpo. De repente, sus músculos se contrajeron por el efecto del calor y Frida se sentó de golpe en el carro del crematorio. En ese instante, las llamas alcanzaron su pelo, lo incendiaron y crearon un halo brillante y ardiente en torno a su cabeza. Todo fue repentino, inesperado y completamente aterrador. Los asistentes a la cremación comenzaron a gritar, presas de pánico y salieron en estampida, tropezando desordenadamente unos con otros en su afán de escapar. La horda incontrolable, atravesó gritando las puertas exteriores del crematorio, casi arrancándolas de sus bisagras, y salieron a la calle gritando que Frida estaba viva.
¿Qué utilidad me reporta saber esto?
 
Borraría la sospecha de que un haiku del inmortal Borges, de 1981, está muy, muy inspirado en una pregunta que el olvidado Antonio Zozaya se hace en El huerto de Epicteto, de 1906:
Borges: ¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?
Zozaya: ¿... aquel rastro de luz que se enciende, cruza el espacio y va a caer en el infinito del tiempo es un poco de gas que se descompone o un mundo que pasa?
Borraría muchos nombres inútiles, hojarasca que inunda mi memoria, como el de Séneca Pérez, un ácrata derrotado en nuestra guerra, al que, cuando iba a ser fusilado ante los presos en formación, una mano amiga le lanzó a los pies un manojo de cebollas. Si se tiene en cuenta el hambre que se pasaba en la cárcel y que Séneca era vegetariano, este gesto inútil te deja, inútilmente, sin aliento.
 
Me tendría que olvidar de aquella anarquista llamada Armonía del Vivir Pensado; de Gorgonio Esparza, el matón de Aguascalientes y de sus compinches, el Bigotes y el Pataseca, con los que organizaba peleas a navajazos con las luces apagadas en la pulquería El hombre libre; del faquir Harry Wieckede que montó un espectáculo en México con su propia crucifixión que le costó la vida y resultó ser un exiliado andaluz al que no se le había ocurrido mejor idea para poder comer.
 
¿Qué sentido tiene recordar todo esto?
 
Mandaría al carajo aquello de Larrea: “uno no es más que un balón, recibe patadas de un lado y de otro hasta que alguien un día grita gol.”
 
Borraría el recuerdo inútilmente doloroso de aquel anónimo huérfano español en Rusia, un niño de la guerra, que, sin dejar de llorar, se negaba a ir a la escuela. Su maestra, Carmen Parga, le preguntó qué le pasaba. El niño levantó la cabeza y le dijo: “Es que me olvidé cómo se llama mi madre, anteayer todavía me acordaba...”
 
Borraría al inútil de Moderato de Cádiz, de la secta inutilísima de los filósofos, que andaba elucubrando con el Uno, al que tenía por la unidad primera y la Razón Universal. Estando más allá de todo ser, el Uno quiso dar de sí el ser del mundo y separó de su esencia única una parte, retirándose de ella. Así que estamos hechos de inútil añoranza de Unidad y de Razón.
 
Tendría que eliminar bastantes convicciones inútiles, como, por ejemplo, esa que comparto con las inutilidades de Hilary Putnam y Peter Strawson, que “half the pleasure of life is sardonic comment on the passing show”. 
 
Con relación a la pregunta de Barrero, debería olvidar urgentemente lo que el inutilísimo de Lacan decía del -supuestamente muy útil- pene: que es √-1. Y, sobre todo, debería borrar de mi memoria por completo el espanto que supuso para el racionalismo pitagórico el descubrimiento de que la irracionalidad moraba, como su diástole, en el mismo corazón del logos. Y todo, por culpa de esa insidiosa √2.
 
Cuando me hubiera desprendido de todo lo inservible, nulo, inoperante, improductivo, infructuoso, inane, ineficaz, inefectivo, ocioso y baldío, entonces lo biológicamente útil impondría sus demandas a lo existencialmente necesario y en ese mismo momento habría dejado de ser un hombre.

martes, 1 de octubre de 2019

No culpen al videojuego, es sólo un mensajero

Hace unos meses di casualmente con una noticia que informaba que los pescadores de una aldea del norte de Noruega habían encontrado una ballena blanca con un arnés. Inmediatamente pensé en Moby Dick. Alguien, en algún sitio, estaba cabalgando ballenas blancas.

Cabalgar sobre una ballena domesticada es convertir el juego en pasatiempo. Me pregunté si la conversión del juego en pasatiempo domesticado, no era una característica propia de nuestro tiempo.
 
Desde entonces no dejó de pensar en el juego. Esta mañana he dado la conferencia inaugural de un congreso dedicado al videojuego que se desarrolla en Madrid.

Para no extenderme demasiado, recojo algunas frases de esta conferencia:
  • En un videojuego no buscamos nada que sea muy diferente de lo que buscaban los niños de hace cien años cuando se subían a un árbol y se imaginaban ante la pantalla del paisaje natural que eran protagonistas de aventuras fabulosas.
  • En todo juego, si es jugado con intensidad, el jugador pasa de la atención, a la expectación y, de esta, a la absorción, que es la antesala de la adicción.
  • Como en las viejas posadas castellanas, en los videojuegos, cada uno encuentra lo que lleva consigo.
  • Nunca, en toda la historia de la humanidad, se ha jugado a juegos menos violentos que ahora. 
  • Ningún estudio longitudinal ha mostrado un vínculo entre la violencia y los videojuegos. 
  • ¿Por qué lo que escandaliza en el marco del videojuego es admitido como cultura cuando parece en un libro?
  • Si la ley, como yo creo, tiene por misión hacernos olvidar la naturaleza. Miren lo que se prohíbe: allí asoma la naturaleza que no se quiere ver.
  • Lo que debe preocuparnos no son los videojuegos, sino las rodillas infantiles, impolutas, indemnes, sin ningún estigma de la vida. Una infancia que crece sin un arañazo en las rodillas es una infancia sin experiencia de la aventura.
  • La vida se parece a un juego Arcade porque cada vez vamos más deprisa, pero siempre vamos más despacio que el juego. No hay posibilidad de ganar. Nuestra vida actual es una experiencia de la derrota cotidiana contra el tiempo. Pero esta vida no ha sido creada por los videojuegos. Los videojuegos se limitan a identificarla.
  • La edad media de los videojugadores es de 35 años y va subiendo. El videojuego siempre fue un fenómeno humano y no exclusivamente infantil.
  • Lo trágico no comienza con el juego. Es exactamente al revés. Lo trágico cesa donde comienza el juego, aunque sea un juego triste para espectadores tristes, como cabalgar en una ballena blanca con arnés.
  • ¿Por qué desde 1980 el juego libre se ha ido reduciendo, año tras año, hasta el punto de que han desaparecido por completo los espacios en los que los niños están viviendo autónomamente sus aventuras, sin la inmediata supervisión de un adulto.
  • No culpen al videojuego. Es solo un mensajero.

Vehemencia

 I Tras tres días sin poder separarme de Benjamin Labatut y su Maniac , pero ya he cerrado la última página. Y como suele ocurrir cuando has...