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jueves, 27 de septiembre de 2018

Novólatras

Hay cosas que se hicieron bien desde el principio. 

Incluso podemos decir que nacieron perfectas. 

Tres casos evidentes: la cuchara, la rueda y el libro. 

Podríamos añadir más, pero con estas es suficiente para mostrar que la innovación está bien... pero no es obligatoria en todos y cada uno de los casos. 

Ya sé que llevamos miles de años con un diseño circular de la rueda, mientras han cambiado tantas y tantas cosas en el mundo. Pero el hecho de que muchas cosas hayan cambiado, no significa que estemos en condiciones de innovar con el círculo. Digo esto pensando en quienes critican a la escuela porque, según ellos, apenas ha cambiado desde el siglo XIX. Esto, obviamente, no es cierto. La escuela a la que van mis nietos no tiene nada que ver con la escuela a la que iba yo (y, por cierto, no estoy seguro de que haya cambiado uniformemente a mejor), pero aunque no fuera así, es decir, aunque la escuela no hubiera cambiado nada en absoluto eso, por sí mismo, no sería un argumento para cambiarla.

Conviene pensar bien la paradoja en la que vive la escuela moderna:
1. Nunca ha habido tantos partidarios de cambiarla como ahora.
2. Nunca ha habido tantas propuestas que se autoproclaman innovadoras e incluso disruptivas.
3. Es obvio que todo el mundo quiere hacerlo bien.
3. Sólo algunos tienen éxito (y ninguno con el total de sus alumnos). Se caracterizan porque no viven obsesionados ni con querer cambiarlo todo ni con aplicar cambios disruptivos. Simplemente están interesados en ir mejorando reflexivamente sus prácticas de acuerdo con definiciones claras de qué es un buen maestro, qué es una experiencia educativa, etc.

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