martes, 18 de septiembre de 2018

El Popo y la mujer dormida

Llegué ayer a México, a las cinco de la tarde, hora local, y me estaban esperando el Popo y la Mujer Dormida, es decir, el Popocatepelt y la Ixtacuihatl. Los he visto por primera vez, imponentes, con la cumbre nevada, pero envueltos en la luz cálida del atardecer, parecían dos dioses protectores. Así de ambiguo es este maravilloso país, que tanto cantinflea, porque sus sís, como sus ahoritas, nidel todo sís, ni del todo ahoritas. 

He recordado a Henry Schnautz, un joven trotskista norteamericano, que, tras enterarse del fallido atentado contra Trotsky protagonizado por Siqueiros, se ofreció como guardián, porque él sí que era capaz de responder con fuego al fuego de los asaltantes. Llegó a la Ciudad de México el 1 de julio de 1940 y el día 12 ya estaba al servicio del revolucionario ruso. En su diario se entretiene comentando los pequeños detalles de sus guardias nocturnas y refleja bien su fascinación por la línea tenue del perfil del Popo y de la Mujer Dormida. El 10 de agosto fue sábado. Schnautz describe la transición del sol poniente hacia el ocaso y las diferentes tonalidades que van tiñendo el Popo en su declive. Es lo que he visto yo hoy boquiabierto. Al cerrarse la noche, aquel 10 de agosto comenzó a caer una ligera lluvia que, diez minutos después, se había transformado en un auténtico chaparrón. La oscuridad era casi completa y solo la rompían los relámpagos que rasgaban de luz la lejanía. También ayer comenzó a llover al anochecer y camino de Querétaro la lluvia s epuso a cantinflear con su mansedumbre y acabó en un diluvio del que emergían, como rayos de luz difusa, los faros de los coches.

El 21 de agosto, un día después del atentado mortal contra Trotsky, Schnauts se siente absurdo haciendo su guardia nocturna como cada día. Pero no puede evitar referirse a la belleza del cielo y de las nubes que se acumulan en las cimas de las montañas. Añade que el Popo y la Mujer Dormida son para él una inspiración constante. Tras un comentario sobre las ramas caídas de los eucaliptos, confiesa que "las lágrimas corrían por mis mejillas”. 

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Darrere el vent