En una venta un burro de un librero,
Que una carga de libros conducía,
No me acuerdo a qué feria de este reino.
Después que buenamente despacharon,
Los animales el sabroso pienso,
En su idioma bestial se entretenían
Sobre varias materias discurriendo.
Cada bestia decía su dictamen
Según su inteligencia y su talento,
Conformándose todos fácilmente,
Sin réplicas, sin contras ni argumentos.
Solo entre todos nuestro lindo burro
Con orgullo insufrible, e inmodesto
Se burlaba de todos bravamente
Su ignorancia bestial escarneciendo.
Por último cansado ya de oírlos,
Con suma gravedad y magisterio
Lanzó un rebuzno fuerte y sostenido,
Medio oportuno de intimar silencio.
“Ignorantes, les dijo, ¿por qué causa
Osáis hablar a donde yo me encuentro?
¿No teméis mi censura formidable?
¿Ignoráis de mi estudio los progresos?
Los dientes me han nacido entre los libros,
Cuanto se ha escrito trastornado tengo,
Y tan fácil entiendo a los latinos,
Como a griegos, egipcios y caldeos”.
“Según eso, replican, ¿tú has leído
Todos esos autores?” “Ni por pienso,
Pero su ciencia a modo de contagio
Desde los lomos me pasó al celebro”.
Esta satisfacción desatinada
Fue muy cumplida para aquel congreso,
Y en honor de su autor hicieron todos
Salva burral de zumbas y cencerros.
Muchos zoquetes, revolviendo libros,
Que nunca entienden, celebrados veo,
Mas ¿por quién? Por parientes de los otros
Que hicieron salva al burro del librero.
Correo Literario de Murcia, número 13.
13 de octubre de 1792.