viernes, 2 de octubre de 2015

Nadie es contemporáneo de su presente

"Nadie es contemporáneo de su presente", escribe Régis Debray en su último libro, Madame H., ofreciéndome una fórmula que andaba buscando desde hace tiempo. Quizás consideramos buenos libros aquellos que nos proporcionan las palabras que teníamos en la punta de lengua como insinuación, pero que no sabíamos hallar por nosotros mismos. Yo venía utilizando una fórmula parecida, pero más pobre: "Somos contemporáneos, pero no sólo". Debray es más radical y más claro. 

Somos contemporáneos de cosas muy heterogéneas y extrañas. Y muchas de ellas no tienen nada de contemporáneas. Tan es así que buena parte de esos pensamientos que consideramos nuestros, son sólo restos de antiguos edificios que en otro tiempo pudieron conformar sistemas y que ahora son materiales abandonados en los bordes de los caminos. Nuestros pensamientos son monstruos de Frankenstein.

La contemporaneidad sólo muy parcialmente es donde se vive. Es, en todo caso, aquello que te puedes ir construyendo muy precariamente como morada a medida que vas descubriendo que no eres contemporáneo del presente, que sólo eres contemporáneo de tus esfuerzos por aclarar el presente.

O sea que... échenle una mirada a ESTO, al menos a partir de 2:16

10 comentarios:

  1. La idea de unos pensamientos-fósiles (que no fosilizados, puesto que les damos vida al rememorarlos o recrearlos) nos recuerda la forma de la obra de W. Benjamín, y lo que él mismo escribe sobre el contenido del pasado y la salvación que le debemos.

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  2. En realidad -me parece- a lo que nos remiten es a ese sacramento judío de la lectura, al "Lesendes Lernen", a acercarse a lo viejo fragmentario como si en ello nos fuera la salvación. Benjamin forma parte de una generación de jóvenes judíos que descubrió la posibilidad de aplicar la atención de la lectura talmúdica a los textos filosóficos.

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    1. O sea, que el mesianismo profano remite a, recupera, traduce o nos traslada el mesianismo sagrado... Así que la política debe, quieras que no, acabar en teología, porque la esperanza, como fe remitida al futuro, no cabe entre las virtudes de la razón filosófica. ((Ps. El apotegma ? de Debray es muy bueno: por las posibilidades lógico- ontologicas ( con perdón) de convertirlo. Vamos a entender también que nadie está en su tiempo, que está caído en el pozo del pasado y que solo por la fe es capaz de saltar por el abismo del tiempo y cobrar un sentido del futuro. Uf.))

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    2. Bueno es Spinoza -no más ni menos que él- quien escribe por algún sitio que la mejor manera de entender la naturaleza es aprendiendo a leer la Biblia. Efectivamente, la esperanza es una virtud exclusivamente política, práctica, no teórica. Los filósofos en lugar de esperanza tienen impertinencia. Efectivamente, ese apotegma es un caramelo que a medida que le vas dando vueltas te va sorprendiendo con nuevos sabores. El futuro puede ser también una caída en el tiempo, empujados por la gravedad de la memoria (La muerte de Iván Illich)... y la fe podría ser la confianza de que no nos vamos a estrellar ahora mismo. Pero como dice usted, Uf.

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  3. Somos diáfana diacronía y frágil palimpsesto...

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    1. Frágil palimpsesto. Me lo quedo.
      O somos arrastrados hacia el futuro por las ondas de explosiones que no vivimos.

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  4. El problema, o mejor la ambigüedad, de todo este asunto es que en nuestro tiempo, como en todo tiempo, hay grandes y pequeños.

    Keynes , que era uno de los grandes del suyo, tiene un célebre fragmento donde habla de los hombres prisioneros de ideas de tiempos pasados que no saben que lo son... Pero él sí fue un contemporáneo de su tiempo. ¿O no?

    Los pequeños sólo tenemos una solución. Lo dijo Chesterton: "La mediocridad es estar al lado de la grandeza y no enterarse".

    Karl Mill

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  5. Copio un post de mi FB a partir de este comentario de don Gregorio. Una pequeña licencia: cambio "de su presente" por "de sí mismo". No sé si es pertienente...
    orhttps://www.facebook.com/enrique.garciavargas.9

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