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lunes, 28 de diciembre de 2009

Platón, en el día de los inocentes

"¿Qué es el deseo (epithymía) y de dónde surge?", se pregunta Platón en el Filebo.

La respuesta que nos ofrece es que surge del alma a partir de la conciencia de la distancia entre dos contrarios, por ejemplo de la sed y de la saciedad. Lo que se desea no es exactamente lo que se está experimentando. Lo que se está experimentando es una falta, es la sed. Si el alma se limitara a tomar nota de la falta, quedaría instalada en el sufrimiento de la insatisfacción. Lo que nos mueve es el deseo de satisfacción, no la conciencia de la falta. En la falta misma no hay nada que pueda funcionar como causa final. Por lo tanto el alma debe conocer qué es estar satisfecho y juzgarlo como bueno (esta es la tesis de la República). Hay por lo tanto una reminiscencia del deseo que es previa a cualquier otra.

No hay, en este sentido, deseo del cuerpo. Es el alma la que convierte la conciencia de la carencia en deseo de algo bueno. El esfuerzo de todo ser vivo es una “enantíôsis”, un apuntar en dirección contraria a lo que se tiene. Este apuntar hacia, esta conciencia de la relación es esencial al deseo.

Lo singular del hombre es que esta enantíôsis es doble, porque al deseo de beber se le puede oponer otro más fuerte, el de refrenarse, que nace del razonamiento (ek logismoû). Nos encontramos por lo tanto con dos impulsos opuestos en el alma. Uno, el que refrena, que proviene de la parte racional (logistikòn) y el otro, el que desea la satisfacción inmediata, que proviene de la parte irracional y concupiscible (alógistón kaì epithymêtikón). Hemos de suponer que sólo a la parte racional del alma le corresponde dar o negar su aquiescencia al deseo que la parte concupiscible considera bueno.

Pero aquí nos encontramos con un problema importante, pues si la parte racional del alma es capaz de oponerse a la irracional y vencerla, es que no se limita simplemente a deliberar (como el libro IV de la República parece a veces dar a entender). Es decir, el alma racional no es sólo racional. Es muy humana... ¿demasiado?

¿De dónde obtiene el alma racional esta energía, este impulso?

Este es el gran secreto de la República.

Platón se limita a decirnos que aquellos que disponen de suficiente energía en su parte racional para imponerla y dominar (árkhei) en el alma pueden ser considerados “philomathès kaì philósophon”. De esta manera la pregunta anterior adquiere esta forma: ¿De dónde adquiere el filósofo la energía necesaria para instaurar el dominio de la razón sobre el alma?

El aprendiz de filósofo parece que necesita verse a sí mismo como un ser espiritual y más elevado que el resto de los humanos; como un hombre capaz de desprenderse de las urgencias del cuerpo para dedicarse en exclusiva a las tareas el alma, que son las de la teoría. Pero es legítimo sospechar que el eros filosófico no es otra cosa que una domesticación o canalización de esas urgencias.

¿Significaría esto que no existe, propiamente hablando, un eros que tienda de forma espontanea a la verdad, a la justicia y, en general, hacia la ciudad?. La respuesta depende de como interpretemos la pretensión última de la República. Yo la entiendo como una educación (o desviación, o sublimación, como se quiera) del deseo, como una instauración en el alma de una nueva reminiscencia de la satisfacción.

Coda: El idealismo político es la doctrina que afirma la existencia de un eros originaria y específicamente político.

5 comentarios:

  1. Por sublimar se entiende cambiar el estado sólido al gaseoso, con lo que se admite que no hay cambio de naturaleza sino de grado. Pero entre el deseo bruto, que es irracional, deseo del deseo y por tanto inmediato (cfr. Nietzsche y su "platonismo invertido"), y el deseo del bien, que es racional, deseo del no desear y por ende mediato o participativo, yo veo una diferencia de naturaleza. Pues consideramos así a los pares opuestos simétricamente, cuyo pensamiento simultáneo es imposible y entre los que no cabe la transición que experimentan los cuerpos en sus transformaciones.

    Por tanto, según me parece, sí habría un eros moral y político que no debe su filiación a ningún otro que compartamos con los animales.

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  2. Irichc: Los cambios de grado son realmente caprichosos. Por ejemplo ahora en invierno, el aumento de temperatura dentro de casa nos proporciona un ambiente acogedor... con la condición de que no siga aumentando grado tras grado. Si es así, acabará con nuestra naturaleza. Los escolásticos discutían estas cuestiones, como bien sabes.
    Me parece que lo que nos plantea Platón es precisamente la posibilidad de organizar la graduación del deseo en función de la dirección que le ponemos como meta.

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  3. En castellano la palabra "ayuntamiento" tiene dos significados (al menos): uno se refiere a la corporación política de un municipio y el otro creo que se refiere a lo que intentaba explicar Vd. anteriormente.

    A partir de aquí mi inteligencia empieza a nublarse...

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  4. Gregorio,

    Es posible que los escolásticos hubieran diferenciado, en base a Aristóteles, entre la entelequia o forma primitiva, que es idéntica a sí misma e invariable, y los fines que ésta alcanza en su devenir, que pasan de la potencia al acto. La primera es una substancia o naturaleza a la que se llega "per subitum", por creación, si se rechaza su eternidad; los segundos son atributos, sometidos a una generación o corrupción por grados. Por ello el desarrollo temporal es un des-envolverse de lo que previamente existe, razón por la que el ser crece de un modo distinto a como crecen las aguas o el número de los días: crece en torno a sí, no en torno a la idea que tengamos de un agregado o especie.

    Estas consideraciones condujeron a muchos a pensar que puesto que no hay un crecimiento último del ser, tampoco puede haber un decrecimiento absoluto del mismo, y tan imposible es que éste realice todas las potencias y abandone su finitud como que decrezca hasta el punto de extinguirse por completo. No me parece, pues, que algo gradual como el envejecimiento, la enfermedad o cualquier afección semejante acabe con la naturaleza humana individual, como si su existencia pudiera laminarse o erosionarse.

    Bien mirado, tanto en Platón como en Aristóteles, es una tesis central la de que todo lo que va a ser ya ha sido; y si ya ha sido no puede dejar de ser, habida cuenta que el pasado es ajeno a todo cambio. Pero mientras que en Platón dicha tesis opera en el mundo de las ideas a través de la reminiscencia, en Aristóteles se refiere al mundo material fundamentado por las entelequias, a las que Leibniz llamará mónadas.

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