sábado, 13 de enero de 2018

Finlandia: ¿el juguete roto?



Memoria histórica

“Con una maleta a la espalda, atada a la gabardina y a paso de marcha avanzamos hacia el sur dejando detrás de nosotros miles de vehículos paralizados, la carretera no es suficientemente ancha para ellos. Unos ríen, otros lloran… El día 13, creo, o sea, un día antes de que los nazis entren a París”. 

El anterior es un fragmento del diario de un joven republicano español que tras muchas peripecias, pasó la frontera francesa en 1939 y, tras una temporada en un campo de refugiados, creyó ingenuamente haber encontrado un futuro en París. Su huida hacia el sur acabará en otro campo de refugiados y, tras escaparse del mismo, en Marsella, en Casablanca, en Veracruz... hasta que vuelva anciano y ciego a España. Sus cenizas se dispersaron en el Mediterráneo.

Ya sé que el pasado está condenado, porque el presente se alimenta más de esperanzas de futuro que de recuerdos de lo pretérito y que vivir es en buena manera olvidar, pero leyendo experiencias como las de este compatriota, me pregunto si es inteligente olvidar tanto como olvidamos y, sobre todo, si es inteligente utilizar la memoria como arma arrojadiza en lugar de hacerla servir para comprendernos más cabalmente a nosotros mismos y a nuestras fuerzas. Pero también me pregunto si no hay un deber moral de memoria, si no somos moralmente responsables de tanto olvido.

martes, 9 de enero de 2018

El archivo de Angelica Balabanova

En el archivo de Angelica Balabanova, revolucionaria italiana que fue la primera secretaria de la III Internacional, se encuentra su testamento, en el que puede leerse lo siguiente: "Por favor, destruid todas las cartas y el resto de papeles" (inventario num. 5). Por supuesto, gracias a que no le hicieron caso, existe este archivo.

Un texto muy interesante de Balabanova: "Reflexions sur Lenine".

lunes, 8 de enero de 2018

Sevilla

Ortega lo dice de Sevilla en su Introducción a un don Juan pero podríamos decirlo también de todas esas ciudades a las que no querríamos llegar como extranjeros: Granada, Córdoba, Toledo, Santiago...: 

“En una ciudad milenaria como Sevilla, que ha servido de lecho y de cauce a tantas civilizaciones, se halla todo impregnado de densas advertencias: cada cosa palpita cargada de mil alusiones, y es para el viajero sensible llegar a Sevilla penetrar en un sonoro enjambre de abejas espirituales, hechas de oro y de temblor, que le asaltan presurosas e innumerables y aspiran a dejar en el alma transeúnte, a la vez, su aguijón y su miel.”

sábado, 6 de enero de 2018

Sigamos con Sagasta

El rey Don Amadeo de Saboya –a quien Ocata le debe, por cierto, grandes favores, entre otros, su apeadero-, como buen ‘galantuomo’ que era, se trajo de Italia una joven que, según decían, vivía más tiempo en palacio que en su hotel. Los ingeniosos aseguraban que le leía al rey los cuentos de Bocaccio “de corrido”. El caso es que la reina estaba a punto de llegar a Madrid y para evitar el escándalo en aquella situación constitucional tan precaria, Sagasta, entonces ministro de gobernación, se decidió a aplicar aquello de a grandes males, grandes remedios. 

Al entrar un día la italiana en palacio, varios polizontes la detuvieron y la introdujeron primero en un coche y después en el tren que la llevaría a la frontera. Media hora después, don Práxedes se presentó a despachar con el rey las cuestiones corrientes. Pero esta vez apareció con cara compungida y le contó al monarca que se había abortado un complot contra su real vida. “Ya se sabe”, le añadió, “que en toda conspiración, a la fuerza ha de figurar una mujer. La buscamos y la encontramos cuando ya había entrado en Palacio, posiblemente tras haber sobornando a algún servidor de la entrada. 
- ¿Está presa? –preguntó don Amadeo.
- En la madrugada llegará a la frontera, custodiada por dos agentes de confianza del gobierno.

Pasaron los días, llegó la reina; pasaron más días y el rey se encariñó con otra joven, en este caso española. Pero como los días continuaban pasando, el rey se aburrió de su compañía y llamó a Sagasta, pidiéndole que la desterrase en cuanto pudiera.

- ¿Y los derechos individuales? ¿Y la inviolabilidad del domicilio? ¡Si V.M. supiese los disgustos que me dan estas cosas en las Cortes! -le respondió muy dignamente Sagasta. Conviene aclarar aquí que estaba bromeando sobre sí mismo, pues más de una vez se refirió a los derechos individuales llamándolos derechos inaguantables.


¡Qué gran Sagasta! Quizás no haya habido otro parlamentario más brillante, más ágil, más mordaz que este riojano. Se llegó a decir que no había nacido en toda la historia de Andalucía un gitano más gitano que él. Nadie ha contado más chistes que Sagasta desde la tribuna de las Cortes. Siempre tenía una anécdota para ilustrar un argumento. Nadie hizo reír más a sus partidarios y nadie desarmaba dialécticamente con más facilidad a sus adversarios políticos. Uno está tentado a decir que políticos como Sagasta, Cánovas, Pi Margall, Salmerón o Castelar se merecían otro país. Claro que si me leyera lo que acabo de escribir, Sagasta se reiría a carcajada limpia de mi, como se rió de Moyano en aquella ocasión en la que este último se interesaba por lo que hubiera ocurrido de no haberse producido la revolución del 68. Sagasta le contestó: “S.S. me recuerda lo que le pasó a uno que se entretuvo toda su vida escribiendo una obra de muchos volúmenes para demostrar los milagros que hubiera hecho un santo, si tal santo hubiera venido al mundo.”

Una mentira bien compuesta

Mientras el presidente del gobierno de España decidía ponernos en cabeza de la competición universal por la copa de la indignación moral, yo...