La niñez es la única etapa de la vida a la que no se llega. Simplemente se está viviendo allí. El niño no tiene conciencia de haber sido pre-niño. Para él, el presente inmediato es más intenso que su memoria. El niño vive precipitándose en el futuro que se anuncia. Por eso el niño melancólico -que alguno habrá- es un contrasentido. A las demás etapas de la vida, sin embargo, se va llegando.
La adolescencia, la primera, es, de hecho, una revuelta contra la niñez; un intento bastante chapucero de dejar de ser niño. Después las siguientes etapas se anuncian intensamente en las vidas de los otros, ya que un número creciente de miembros de nuestra generación va llegando a ellas.
Ahí está, por ejemplo, el momento en que la gente comienza a emparejarse y a mostrarse en ufanamente con su novia o novio, de manera que, en poco tiempo, lo extraño es la soltería. Después a la gente le da por casarse y tener hijos y por mostrar con su coche y su casa lo que ha hecho con su vida. Los hijos crecen, estudian, se independizan y entonces la gente comienza a jubilarse.
Hasta aquí el proceso tiene una naturalidad que a todos nos parece obvia. Una etapa nos lleva a la otra. Y en eso estamos cuando la gente comienza a morirse. Y esto, entonces, se pone serio. Hasta hace poco la muerte de alguien de tu generación era lamentable por extraño; pero llega el momento en que no hay mes que no traiga la noticia de un deceso y, entonces, lo que comienza a ser extraño es tu condición de notario -sin duda, interino- de las muertes ajenas.
Vaya hombre. Su inconsciente le ha llevado de Levinas (la mirada del otro) a Heidegger (el ser para la muerte).
ResponderEliminarDebe ser duro llegar a esa etapa. Un beso
ResponderEliminarMf gusta esa imagen de la niñez como de un lugar en que se está sin conciencia de un tiempo anterior. Un saludo.
ResponderEliminarSi me permite la corrección, uno no es notario interino de las muertes ajenas, uno es notario vitalicio.
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