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miércoles, 17 de abril de 2019

Unamuno sobre don Marcelino, su maestro

“Ha venido a dar a mis manos la nueva edición de la Historia de los Heterodoxos Españoles, de mi venerado maestro Menéndez y Pelayo, y cuyo sétimo y último volumen acaba de aparecer. ¡Y qué de actualidad! Porque parece de hoy la quijotesca batalla que don Marcelino libró hace más de medio siglo contra los campeones de la revolución liberal de España. 

(…)

En otro pasaje dice de Feijóo don Marcelino que fue “filósofo” sin duda, aunque no de la generosa madera de Santo Tomás, de Suárez o de Leibnitz, sino con esa filosofía sincrética y errabunda, a cuyos devotos se llama hoy “pensadores”... ¿Y él, don Marcelino? Él, el periodista que compaginaba en robustos volúmenes hojas volantes, pensador —o investigador más bien— sincrético y errabundo más que filósofo. Benedetto Croce ha visto muy bien que le faltó filosofía. Y yo, que fui su discípulo directo —y hasta oficial—, que le quería y le admiraba, tengo motivos para creer que la honda filosofía, la contemplación del misterio del destino humano, le amedrentó, y que buscó en la erudita investigación una especie de opio, un anestésico, un nepente, que le distrajera. No se atrevió a mirarle ojos a ojos humanos a la Esfinge, y se puso a examinarle las garras leoninas y las alas aguileñas, hasta a contarle las cerdas de la cola bovina con que se sacude las moscas de Belzebú. Le aterraba el misterio. Y por esto él, que tan hondamente sintió a Lope de Vega, no llegó a penetrar en todo el trágico sentido de Calderón, el de “la vida es sueño”. Y es que temía que este sueño le quitase el sueño.

Unamuno, “Don Marcelino y la Esfinge”, en El Sol (Madrid), 10 de mayo de 1932.

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