Me despierto a las 5 de la mañana. En frente de mi ventana, en el sexto piso de un edificio moderno hay un gimnasio. A esta hora intempestiva, al menos una docena de personas se empeñan en sudar la gota gorda. El culto a la salud está haciendo de nosotros unos enfermos. Conecto el ordenador. De la editorial Ariel me comunican que ya está en la calle la segunda edición de La imaginación conservadora. Es una sorpresa muy agradable, en primer lugar, por inesperada.
El día ha sido largo y fértil. El dios de la cordialidad sonríe sobre México y todas las piezas de la jornada encajan con armonía. He hablado en el ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México), entre otras cosas, de "la gran conversación" y, por lo tanto, de Quevedo, ya saben:
"Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos."
En el ITAM me he reencontrado con amigos con patina (Javier Martínez Vilarroya) y hemos puesto cimientos a nuevas amistades. Tras una agradabilísima comida, Luis Moctezuma -la amabilidad en persona- me ha acompañado a visitar a Yolanda Lazo y hemos hablado, por supuesto, de Ramón Mercader y he dado con datos nuevos y relevantes -muy relevantes- sobre su estancia en el Palacio Negro (la cárcel de Lecumberri). He caído en la cama agotado y dichoso y el sueño me ha mantenido entre sus brazos hasta las cinco de la mañana. Sí, en el gimnasio ya estaban recibiendo a las primeras luces naturales con espasmos musculares.
Vuelvo a conectar el ordenador. Mi querido José Antonio Cabello me hace un regalo extraordinario: una copia del libro De Robinsón a Odiseo, de José Vasconcelos, "El maestro de América", editado por primera vez en España en 1935. De él extraído este párrafo:
¿No está padrísimo?
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