Ayer, a eso de las 6 de la tarde, en el Paseo de San Juan de Barcelona, un poco más arriba del Arco del Triunfo. Dos niños de unos 5 años están uno frente a otro, de cuclillas, jugando a la sombra de un plátano. Se dedican a recoger del suelo las cortezas crujientes que el sufrido árbol se acaba de quitar de encima, desembarazándose de todo cuanto le dificulte resistir este calor sin matices. Cuando han acumulado un montoncito, se entretienen haciéndolas añicos con los dedos. El cric-crac es limpio, nítido. De repente uno de los dos coge una piedra del suelo y le dice al otro: "Yo tengo mucha puntería", y se la tira, dándole en la cabeza. El agredido lo mira perplejo, quejándose. Sin duda le tiene que doler el golpe inesperado. "Ya te he dicho que tengo mucha puntería", se justifica el agresor. El agredido asiente con la cabeza. Todo está en orden. Siguen jugando a desmenuzar cortezas de plátano. El que ha recibido la pedrada se lleva de vez en cuando una mano a la cabeza. Yo sigo mi camino tomando mentalmente nota de lo que acabo de ver.
El discurso respaldado por los hechos. Poco habitual hoy en día pero siempre incontestable. El receptor del mensaje lo retendrá nítidamente en la cabeza (tal vez en la frente, para ser más precisos).
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