En Veritas, la Ciudad de
la Verdad, imaginada por James Morrow (The City of Truth) los ciudadanos no pueden sino decir la verdad.
No importa lo inconveniente que pueda ser. No pueden evitarlo: están
condicionados para ser siempre transparentes los unos con los otros. No dicen ni mentiras, ni
medias verdades, ni mentiras piadosas, ni usan eufemismos y las consideraciones
sobre los efectos de su sinceridad simplemente son inexistentes.
Los ascensores llevan esta
advertencia: “El mantenimiento de este ascensor se lleva a cabo por personas que
detesta su trabajo. Tú sabrás lo que haces”. Los paquetes de cigarrillos, esta otra: “Se advierte que la cruzada general contra este producto
podría distraerte de las miles de maneras como tu gobierno se olvida de
proteger tu salud”.
Los campamentos de verano para niños se llaman “Ahí os
quedáis, chavales!”. Los anuncios comerciales hablan de los defectos de los
productos que anuncian y los políticos cuentan con pelos y señales sus trapicheos.
Por supuesto, las fórmulas de cortesía son completamente honestas: “Suyo, pero
sólo hasta cierto punto”
Hay una peli de Ricky Gervais sobre el hombre que descubre el poder mentir en un mundo en que no se conocía.
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