...No estaría mal...no... Claro, todo depende de qué forma se quiera modificar la manera de oír.
Y entrando en el desvan (y desvienen) personal, un servidor, que ya es anci-ano en las volteretas del circo dónde estamos, viene tratando de lograr esa ansiada modificación hace ya muchísimo tiempo, y por más que lo intento, coño, siempre oígo lo mismo, el mismo cacareo, la misma matraca, el mismo soniquetE en E major o en E menor, depende de los intereses del oyente.
El aparato auditivo se desarrolló en el hominido según los intereses del que lo porta, y de aqui el famoso apotegma: "No hay peor sordo que el que no quiere oír"
El conundrum no está ubicado en modificar la manera de oír, está centrado en el "interés por ciento" del que escucha.
Es éste "por ciento" el que tendría que modificarse, ¿no?
El escuchar forma parte, ¡nada menos!, que de los "imperativos de percepcion sensorial"... Lo sustancial es, claro está, el imperativo... Nos aherroja la gramática. P.S. Por cierto, un estupendo artículo hoy en El País. Éste: http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/12/24/catalunya/1419430238_090824.html
Estamos condenados a rectificar. Y ahora, sum ergo cogito, rectifico porque creo ver el tema con claridad:
Primero, es un perínclito desatino insinuar si el mundo se podría cambiar modificando el oír: el mundo sólo se podría cambiar si los que lo desean transformar (para bien de la colectividad humana, se sobre-entiende) tuvieran el dinero y el poder para comprar un arsenal nuclear mejor y más mortifero que el que tienen los corsarios actuales, y, a la vez, apoderarse de todas las cadenas televisivas para convencer a todos de que lo que se hace es lo correcto. (Esto último sería muy fácil)
Segundo, el problema que tenemos, en todo caso, no es el vernos en la necesidad de "modificar la manera de oír", YA OIMOS DEMASIADO BIEN y con perfecta claridad semántica sobre lo que ocurre y se impide que ocurra, y, como corolario de ésta gnosis que nos proporcionan los tímpanos, nos damos cuenta de que hemos ido demasiado lejos y de que, a éstas Alturas, la dirección de éste Titanic dónde navegamos NO LA CAMBIA NI EL DIOS DE LOS ATEOS.
("Yo no tengo esperanzas, pero apoyo a los que las tienen", decía León Felipe desde su exilio. Seguramente para dormir en paz)
...Y todo lo demás son las típicas zarandajas prestidigitacionales de los magister ludis dedicados a las divagaciones castalias, como describía Hermann Hesse en su novela "Juegos de Abalorios"
Rectificar es quedarse más tranquilo ...hasta que haya que rectificar de nuevo, claro.
¿No se le habrá ocurrido que podríamos oir a los que piensan de otro modo?. Hasta ahí podríamos llegar...
ResponderEliminarSi eso sería desastroso... pero...
Eliminar...No estaría mal...no...
ResponderEliminarClaro, todo depende de qué forma
se quiera modificar la manera de oír.
Y entrando en el desvan (y desvienen) personal,
un servidor, que ya es anci-ano
en las volteretas del circo dónde estamos,
viene tratando de lograr esa ansiada modificación
hace ya muchísimo tiempo, y por más que lo intento,
coño,
siempre oígo lo mismo,
el mismo cacareo,
la misma matraca,
el mismo soniquetE en E major o en E menor,
depende de los intereses del oyente.
El aparato auditivo se desarrolló en el hominido
según los intereses del que lo porta,
y de aqui el famoso apotegma:
"No hay peor sordo que el que no quiere oír"
El conundrum no está ubicado en modificar la manera de oír,
está centrado en el "interés por ciento" del que escucha.
Es éste "por ciento" el que tendría que modificarse, ¿no?
¿Ah, pero aún existen personas capaces de escuchar?
ResponderEliminarDesde luego es el mandato primero, previo a toda otra indicación, descripción o explicación. Sin él no hay cambio posible: "Shemá Israel..."
ResponderEliminarEl escuchar forma parte, ¡nada menos!, que de los "imperativos de percepcion sensorial"... Lo sustancial es, claro está, el imperativo... Nos aherroja la gramática.
ResponderEliminarP.S. Por cierto, un estupendo artículo hoy en El País. Éste:
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/12/24/catalunya/1419430238_090824.html
ResponderEliminarEstamos condenados a rectificar.
Y ahora, sum ergo cogito,
rectifico porque creo ver el tema con claridad:
Primero,
es un perínclito desatino insinuar
si el mundo se podría cambiar
modificando el oír:
el mundo sólo se podría cambiar
si los que lo desean transformar
(para bien de la colectividad humana, se sobre-entiende)
tuvieran el dinero y el poder para comprar un arsenal nuclear
mejor y más mortifero que el que tienen
los corsarios actuales, y, a la vez, apoderarse
de todas las cadenas televisivas para convencer a todos
de que lo que se hace es lo correcto.
(Esto último sería muy fácil)
Segundo,
el problema que tenemos, en todo caso,
no es el vernos en la necesidad
de "modificar la manera de oír",
YA OIMOS DEMASIADO BIEN
y con perfecta claridad semántica
sobre lo que ocurre y se impide que ocurra,
y, como corolario de ésta gnosis
que nos proporcionan los tímpanos,
nos damos cuenta de que hemos ido demasiado lejos
y de que, a éstas Alturas,
la dirección de éste Titanic dónde navegamos
NO LA CAMBIA NI EL DIOS DE LOS ATEOS.
("Yo no tengo esperanzas,
pero apoyo a los que las tienen",
decía León Felipe desde su exilio.
Seguramente para dormir en paz)
...Y todo lo demás son las típicas zarandajas prestidigitacionales
de los magister ludis dedicados a las divagaciones castalias,
como describía Hermann Hesse en su novela "Juegos de Abalorios"
Rectificar es quedarse más tranquilo
...hasta que haya que rectificar de nuevo, claro.