Comienzo a leer The moral obligation to be intelligent, una selección de ensayos de Lionel Trilling. Quienes hayan leído a Orwell en catalán quizás recuerden que la introducción de Homenatge a Catalunya, de Destino, es de este autor, y recoge la de la primera edición estadounidense de este libro.
Trilling me interesa mucho, por diferentes razones. Pertenece a esa generación de intelectuales de izquierda que apareció en Nueva York en las primeras décadas del siglo XX ("the New York intellectuals"), que tan relevante incidencia ha tenido en el desarrollo posterior de la historia intelectual de los estados Unidos. Ya han aparecido varias veces por este Café. Fue una de sus figuras más representativas e influyentes y, desde luego, una de las más decididas a empeñar su inteligencia en una crítica sin contemplaciones del totalitarismo, sin hacer mucho caso de quienes lo consideraban por ello un enemigo de su tiempo. Incapaz de tener más fe en la historia que en la inteligencia, no tuvo reparos en disentir abiertamente de los ortodoxos del disenso. La colección de ensayos que publicó en 1950 con el título de The Liberal Imagination es un magnífico ejemplo de todo esto.
El título The moral obligation to be intelligent recoge el de un ensayo de John Erskine (de 1914) que es toda una declaración de fe en la inteligencia, de una inteligencia -hay que añadir- liberada de las amarras que frecuentemente la sujetan utilitariamente a fines aparentemente últimos, como la felicidad. Le aburría la inocencia, sospechaba de la pureza y no soportaba la beatería. Sabía que las cosas son siempre más complejas de lo que los necesitados, a toda costa, de consuelo, pueden imaginar. En este sentido era profundamente nietzscheano y sospechaba de los peligros agazapados subrepticiamente tras nuestras mejores intenciones. Su máximo objetivo: no decepcionarse a sí mismo.
Trilling fue, antes que otra cosa, un crítico literario. No es exagerado añadir que es uno de los padres de la moderna crítica literaria norteamericana, como se pone claramente de manifiesto en The moral obligation to be intelligent. Estaba convencido de que la imaginación moral contemporánea había sido modelada por la novela de los tres últimos siglos, que había logrado envolver al lector en una atmósfera moral, para animarlo posteriormente a examinar con mirada crítica los motivos más profundos de sus acciones, más allá de lo que su educación convencional le había enseñado. En este sentido la historia de la novela moderna sería la historia de la moral contemporánea y un crítico literario competente no podría ser otra cosa que un historiador de la moralidad. La novela habría sido la gran educadora del presente.
La muerte lo pilló escribiendo un ensayo sobre Jane Austen, representante, a mi modo de ver de esa fracción literaria (moralmente) derrotada por los apologetas del nihilismo, encabezados por el Tolstoi que nos desvela la caída trivial de Ivan Ilich en una muerte anodina.
Ese título me parece una afirmación esencial. Toda resistencia debe estar basada en algo tan sencillo e indestructible como la propia originalidad, esa que todos poseemos pero que nos cuesta tanto ejercitar porque implica -entre otras cosas- afirmar que la inteligencia es algo, al fin y al cabo, poco práctico. Algo así como una salvación invendible, invisible e insolvente. Además -y esto es muy importante-: la obligación moral de ser inteligente implica entender lo estúpido y poca cosa que es uno. ¿Entenderlo y dar saltos de alegría, don Gregorio? A veces.
ResponderEliminarMe he perdido. He perdido el ovillo. Voy saludando de blog en blog, según aparecen en el Feed que alojo a la izquierda si se mira por delante. Así pues, un saludo. Espero no decepcionarle. Su libro está siendo muy bueno.
Parece interesantísimo. Sería un placer esto de look inside, aunque mi inglés no creo que me lo permita. Tiempo al tiempo...
ResponderEliminarAl que sí que he look inside es a su libro. Escuché la entrevista que le hicieron en la radio y decidí leerlo. Me ha parecido muy interesante y, lo que es más, me ha parecido muy útil. La verdad es que llegué a la última frase con ganas de ser profesor. Tendría que decir con "más" ganas, pues las ganas a solas vienen de más lejos.
Desde que terminé el bachillerato, hace tres años, recuerdo a menudo con admiración y con profundísimo agradecimiento a dos de mis profesoras del instituto. Ya en clase me preguntaba cómo era posible tanta perfección, cuál era el secreto de ese arte de enseñar y de impulsarnos a sacar lo mejor de nosotros mismos sin que ni siquiera sintiéramos la necesidad de preguntarnos por qué. Esto me inculcó el gusto por la enseñanza. Es así, a mí manera, como comprendí lo que dijo usted en la entrevista sobre el círculo virtuoso de los países con buenos resultados educativos, sobre la buena reputación de la profesión. Es también así como pude creer que el optimismo es posible. Y es también así como puedo ser optimista en relación con la escuela catalana. De esas dos profesoras de un instituto público de Barcelona, una enseñaba literatura catalana (y cine) y la otra literatura castellana (y universal). Parte de su éxito respondía al hecho de que preparaban parte de sus clases conjuntamente, lo cual podía representar para un alumno como yo seis horas por semana de clases perfectamente complementarias.
Les debo el tener a Lorca y a Riba encima de mi mesa sin que se peguen. Y esto es para mí una discreta invitación al optimismo y a la admiración por el trabajo de estas dos personas que, más allá de los textos y de las películas, me han enseñado a vivir. Lo que digo es sin duda anécdotico, hablo de mi caso, pero es con esta experiencia en mente que he leído el libro.
Me sabe mal llenarle tanto blanco de negro. Solo quería lanzar mi pequeño grano de arena para el optimismo y decirle, vamos, que desde mi inexperiencia, desde mi parcelita en la gran playa (o desde mi rincón en el café), que felicidades por el libro. Quizá no sea perfecto, pero era necesario y, sea yo profesor o no, es una magnífica puerta abierta para la reflexión.
Bellerofonte: Muchas gracias. Es algo más que una mera anécdota lo que cuenta, es una confirmación más de que el buen profesor es superior a cualquier método.
ResponderEliminar¿Perfecto?
¡Perfecto tiene que ser un soneto!
Mais il faut: Entenderlo y rebelarse contra la propia estupidez.
ResponderEliminarDesde luego es gratificante según deduzco el Sr. Bellerofonte, desde su juventud, que mente tan clara, envidia me da su sintaxis, coincide y coincido con el optimismo expresado.
ResponderEliminarSubrallado : " es toda una declaración de fe en la inteligencia, de una inteligencia -hay que añadir- liberada de las amarras que frecuentemente la sujetan utilitariamente a fines aparentemente últimos, como la felicidad. Le aburría la inocencia, sospechaba de la pureza y no soportaba la beatería. Sabía que las cosas son siempre más complejas de lo que los necesitados, a toda costa, de consuelo, pueden imaginar. "
ResponderEliminarQue parrafo màs maravilloso !
No conozco en absoluto el tono de las reflexiones de este hombre peró me resuena Diogenes.
Y subcribo su objetivo : ser fiel a mi mismo, a mi ser profundo. Con esto daria mi vida por bien empleada.
No se lo tome mal. Lo digo pensando en que al estar escrito en solo unos meses (algo así como febrero-septiembre, según su propia Presentación), y dada la complejidad, la inmensidad del tema que trata, algunos subcapítulos parecen incómodos en su molde, como si quisieran tener más páginas de las que tienen. Supongo que tuvo que escoger el ser conciso y breve y desoír los gritos de sus subcapítulos pidiendo una celda más grande.
ResponderEliminarAún así, a pesar de los pesares, felicidades y muchas gracias por tanto subcapítulo soportablemente incómodo.
Suponiendo que hable en serio, también daré las gracias a Ruben, aunque no diré sí guana a lo de mi sintaxis. Mi sintaxis es el "pénible" resultado de una lucha sin cuartel; por un lado contra la voz tonante que desde mi cabeza va leyendo todo lo que escribo con un escalofriante acento catalán, inspirándome un miedo sin remedio (o sea con remiedo) a la catalanada y, por otro, contra el bombardeo de preposiciones intempestivas que me propone (es decir, que me prepone) mi parte francesa. Para evitar lo uno y lo otro, mis frases salen tan puliditas como las de un traductor al castellano de Julio Verne, lo que las hace un poco "pénibles"; "pénibles" con todo su abanico de significados funestos.
Y "pénible" es 1. cansino, 2. entristecedor, 3. desagradable, difícil de soportar...
...lo que es "pénible" es no tener uno nada mejor que hacer que hablar de su sintaxis. Pero lo es menos cuando se tiene algo peor que hacer. Y este es mi caso.
Bueno, espero que sirva esto de excusa para el Sr. Luri y de pasaporte para futuras catalanadas y preposiciones fuera de lugar :)
Buenas noches!
Bellerofonte: No, no me lo tomo a mal, ni mucho menos.Incluso puede que esté de acuerdo con usted.
ResponderEliminarAquí puede usted elegir el idioma: bien venidos son tanto el francés como el catalán.
Gos: Yo tiendo a pensar que nuestro yo se modela gracias a la fidelidad a un propósito. Pero quizás estemos diciendo lo mismo.
ResponderEliminarRuben: Lo has intuido bien, hay en Bellerofonte algo del rey Midas, pero mientras éste transformaba lo que tocaba en oro, Bellerofonte lo transforma en ritmo.
ResponderEliminarSr Luri : Creo que hacemos el mismo viaje en direcciones contrarias y nos cruzamos en el medio. Usted - si le entiendo bien - va del proposito a la esencia, en los avatares del viaje se forja su yo. Esto és irrebatible.
ResponderEliminarPerò esto, es solo posible para aquellos que poseen claridad sobre los propios propositos i/o cierta disciplina para seguirlos.
Para los que no - y tomo aquí el compromiso de contar un dia esta història -, para los que por una razon u otra llegamnos a estar muy separados de nosotros mismos, hay que descubrir la propia esencia, y des de este nucleo de claridad, aceptar los propositos que emergen. Dicho esto, añado, que jeraquicamente és primero la esencia y luego el proposito. Descubrir la propia esencia és sanar.
Y para los exploradores, una pista : Psicologia transpersonal y su voz filosofica, Ken Wilber.
Que usted escribe bien es algo que sé desde hace ya años. Pero este artículo me ha parecido especialmente bien escrito.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gos: Ya ve usted, a mi me cuesta poner la esencia a tirar del carro de la existencia. Pero entiendo perfectamente lo que quiere decir usted.
ResponderEliminar¡Ah, querido Portorosa, qué rico me sabe ese elogio!
ResponderEliminarPues nada, todo suyo. Aunque le confieso que tiendo a creer que hay un umbral de pérdida de sensibilidad al elogio, a partir del cual ya casi no afectan. Y con la que le está cayendo a usted últimamente, no daba yo un duro por mi piropo.
ResponderEliminarUn admirado abrazo.