Buscar este blog

jueves, 21 de agosto de 2008

Pigmalión

Jean-León Gérôme, Pigmalion y Galatea c. 1890.

Rousseau escribió en 1762 una “escena lírica” titulada “Pigmalión”. Es una de sus obras menos conocidas, pero a mi modo de ver en ella se condensa buena parte de su pensamiento.

Nos sitúa en el taller del escultor Pigmalión, justo cuando está dando los últimos retoques a su obra maestra, una estatua que representa a Galatea, tan perfectamente realizada que parece que tiene vida propia. Pigmalión la observa con detenimiento. Deposita el martillo y el cincel en el suelo y toca ligeramente con la yema de sus dedos la superficie de mármol. Inmediatamente siente que algo así como el rayo de una emoción profunda y desconocida atraviesa su alma, como si se hubiera puesto en contacto con alguna divinidad. Pero Galetea es de piedra, se trata de su propia obra, no de un ser celestial. Siente vergüenza de su orgullo. Esa emoción sólo reflejaba su amor propio. Se estaba alabando a sí mismo en su obra... pero quizás tiene razones para sentirse íntimamente satisfecho. Galatea es realmente hermosísima. De nuevo se detiene. Por un instante cree percibir un pequeño defecto. Quizás el vestido cubre en exceso su desnudez. Su cuerpo debería mostrarse sin vergüenza. Coge el martillo y el cincel. Pero duda. Alza el martillo. Vuelve a detenerse. No se atreve a modificar nada. Finalmente da un pequeñísimo golpe y siente, confundido, que el mármol ha palpitado bajo el cincel. Le cuesta reponerse de la emoción. Pero no, el mármol continúa siendo mármol. A Galatea le falta un alma. Se vuelve a detener, meditabundo. Qusiera que su corazón abandonase su cuerpo para ir a latir al de Galatea. No le importaría morir si con su muerte cobrase vida. Pero en este caso dejaría de verla y de quererla. No. Lo que desea es vivir al lado de una Galatea viva. Ser siempre otro para ella. Verla, quererla, ser querido. De nuevo cree ver un movimiento en el mármol y de nuevo duda. Quizás sea una ilusión provocada por el delirio. Pero el movimiento se repite. Galatea, efectivamente, respira, se mueve, baja del pedestal y tocándose el pecho, dice.

- ¡Yo!

- ¡Yo! -exclama a su vez Pigmalión.

- ¡Soy yo! –repite Galatea volviéndose a tocar. Después da unos pasos y toca un bloque de mármol- Ya no soy eso.


Pigmalión, que a duras penas puede contener la respiración, sigue todos los movimientos de Galatea. La observa con una atención tan ávida que incluso le cuesta respirar. Galatea se le acerca y lo mira. El coge su mano marmórea y la lleva hasta su corazón de escultor. Después la besa ardientemente.

- ¡Ah! Todavía soy yo -exclama Galatea con un suspiro.

9 comentarios:

  1. Fantástica entrada!!!

    Me evoca imàgenes de "My fair Lady" y en concreto del personaje de Eliza protagonizado por Audrey Hepburn...

    ResponderEliminar
  2. Tardé años en comprenderlo.

    ResponderEliminar
  3. Yo aún no le sé encontrar la gracia, al mito de un escultor que moldea "blandos codos".

    ResponderEliminar
  4. Dampyr: Claro, "My Fair Lady" es una adaptación del "Pigmalion" de Bernard Shaw.

    ResponderEliminar
  5. Confieso que más de una vez cuando moldeo un escrito al punto de llegar a estar orgulloso de él me enfermo del mal de Pigmalión.

    Un saludo

    ResponderEliminar
  6. Que maravillosa historia de amor.

    ResponderEliminar
  7. Fantastico!!! pero existe en este mundo algun Pigmalión,llevo años buscandolo!!!!!!!!

    ResponderEliminar
  8. Luc, Fgiucich, Edna: Saludos cordiales.

    No sé si está editada en castellano esta obrita de Rousseau, pero merecería estarlo.

    A los valores pido ayuda para responder a Glauka: ¿Qué es lo que falta, pigmaliones o galateas?

    ResponderEliminar

Un amor perdurable a fuerza de no serlo

I En las últimas décadas del siglo XIX vivió en Oviedo un hidalgo llamado don Pepito Alegre, unánimemente tenido en la ciudad por «cumplido ...