miércoles, 6 de agosto de 2014

Schopenhauer

Se lo ha tratado de misógino y de misántropo, pero en realidad era algo peor. A él le sería aplicable aquel insulto que inventaron los demócratas de Atenas para perseguir a todo aquel que les caía gordo: "misodemos". Él no veía en las personas -en usted y en mi, amigo lector- más que productos de serie. Por eso mismo, al salir de casa, junto con el sombrero en la cabeza y el bastón en la mano, se colocaba en la memoria una sentencia que sabía que sería incapaz de cumplir: "¡Sé tolerante; es un maldito deber!”.

Estoy hablando de Arthur Schopenhauer, claro. Comenzó a ser filósofo cuando, en vez de salir a luchar contra Napoleón, como hacían los jóvenes alemanes de su generación, se encerró a combatir a brazo partido contra el principio de razón suficiente. Acabó escribiendo un libro que le llevó ilusionado a su madre (cuando aún se hablaba con ella). Tenía un título digno de su autor: Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente. Al cogerlo en sus manos, su madre, una escritora famosa, amiga de Goethe, le dijo: “debe tratarse de algo para boticarios”. Arthur le respondió: "Será leído todavía cuando no quede en el trastero ni uno solo de tus escritos".

“Nada hay que delate menos conocimiento de los asuntos humanos -escribió- que argüir como prueba del mérito y la valía de un ser humano el que tenga muchos amigos: ¡Como si los hombres entregasen la amistad en función del mérito y la valía! ¡Como si no se comportasen igual que los perros, que aman al que los acaricia y les da mendrugos y ya no se preocupan de nada más! Tendrá amigos el que mejor sepa acariciar, aunque se trate de la fiera más abominable.” Él no tenía amigos y la explicación que se daba a sí mismo era para él una razón suficiente: “No tengo amigos porque ninguno es digno de mi”

En cierta ocasión fue a visitar el invernadero de Dresde, y aquel hombre que veía en los humanos seres fabricados en serie y que cuando se enfadaba con su perro, Atman, le gritaba "¡Humano, más que humano!", se quedó paralizado ante la belleza de las plantas. Su reacción no le pasó desapercibida al vigilante del jardín, que se le acercó y le preguntó quién era. "¿Quién soy yo? -le contestó Schopenhauer- ¡Ah, si usted me pudiese decir quién soy, yo le estaría muy agradecido!”.

3 comentarios:

  1. Grégory: Matrícula de honor.

    Schopenhauer: ... acabo de hojear el texto (no lo conocía) gracias a los amigos de Universidad Arcis y dice p. ejemplo, además de su tesis sobre el principio leibniziano de Razón suficiente:

    "Si quisiéramos representarnos por medio de una imagen esta característica de nuestro poder representativo (como el que da Platón, comparando la memoria a una blanda masa, que admite toda clase de impresiones y las guarda), me parecería, la más apropiada la de un paño, que conserva y reproduce los dobleces en que ha sido plegado. Como el cuerpo aprende a obedecer a la voluntad por medio del ejercicio, así también la facultad representativa."

    Esta descripción de la memoria como "pañuelo plegado que reproduce..." hace que pensar. Aún más si el autor a continuación, _entiendo_ que parece enlazarlo con la idea de su postulado fundamental: El mundo como voluntad y representación.

    H. dein Wittenberg

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  2. Schopenhauer es un filósofo fascinante. Para mí, uno de los grandes, grandes, muy por encima de Hegel. Ahora bien, como persona no es precisamente un ejemplar moral muy brillante. Pero ahí, precisamente, se encuentra mi fascinación por él: en esa mezcla de ambición intelectual sin límites y de impericia para relacionarse con los hombres (no así con el dinero). Recientemente descubrí que su misoginia es la conducta propia de alguien que ama a las mujeres mucho, muchísimo más, de lo que las mujeres lo aman a él. Casi al final de su vida se declara impetuosamente a una adolescente, y después comprende que aquella muchacha siente asco por él. Poco antes de morir escribe esta confesión: “Puesto que nuestro mayor placer consiste en ser admirados, pero los admiradores no se prestan a admirar con facilidad, incluso cuando hay motivos para ello, el más feliz será aquel que, del modo que sea, consigue admirarse a sí mismo con sinceridad.."

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  3. Para mi la felicidad, es oler a hierba recién cortada y regada, en una suave pero luminosa mañana de Otoño.
    HdW

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