Señalo lo anterior porque quizás su educación explica la confianza que tenía John Stuart Mill en que, dada la libertad de expresión, la gente se pondría inmediatamente a opinar con rigor. Es decir, la libertad de expresión necesariamente estimularia el desarrollo del pensamiento. Bastaría con permitir que los ciudadanos se expresaran como quisieran para que se esforzaran para que los razonamientos brotasen en ellos con rigurosa lógica.
Es obvio que las cosas no han ido como Mill esperaba. Tenemos incluso sobradas razones para creer que lo que Hegel llamaba "la impaciencia de la opinión" es el principal enemigo del pensamiento riguroso. Es más fácil dejar que las ideas se asocien al azar, anecdóticamente, que imponerles el rigor de la coherencia discursiva. Hablar es más cómodo que pensar y, sin duda, las falacias son mucho más democrático que el modus pollendo tollens.
John Stuart Mill es una rara ave. Tanto es así, que en su Ensayo sobre Coleridge nos cuenta su oración preferida, que era esta: "Señor, ilumina a nuestros enemigos. Agudiza su ingenio, concede agudeza a sus percepciones y coherencia y claridad a sus facultades racionales: Estamos en peligro por su locura, no por su sabiduría; es su debilidad lo que nos da miedo, no su fuerza".
La capacidad de pensar no garantiza el resultado. Un beso
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ResponderEliminarSupongo que será una errata, dada una disyunción exclusiva si afirmamos una parte tenemos que negar la otra, eso sería el modo "ponendo tollens".
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