Las estadísticas nos dicen que las tasas de nacimientos están cayendo en picado. Cada vez nacen menos niños. Cada vez se verán menos niños por las calles.
Hay aquí, obviamente, un problema demográfico, pero yo intuyo algo más grave, más profundo.
¿Y si nuestro progresivo desapego de la infancia estuviera poniendo de manifiesto que hemos dejado de amar la vida o, al menos, que no la amamos tanto como nos parece?
Nuestros discursos ecologistas, humanistas, pacifistas, veganos... podrían estar movimos por el miedo.
No queremos morir... ni queremos matar, pero, por encima de todo, no queremos dar vida.
¿Y qué podría significar esto sino que tenemos miedo, un miedo creciente, a nosotros mismos?
El miedo nos impulsa a la huida, mientras que el amor a la vida es la expresión más diáfana de la afirmación de la propia vida.
Filóstrato habla en la Vida de los sofistas de un tal Filagro, un filósofo menudo, de rostro severo y mirada penetrante que se encolerizaba fácilmente. Cuando uno de sus amigos le preguntó por qué no quería tener hijos, contestó: "Porque no disfruto de mí mismo".
Me dicen algunos supuestos entendidos que las jóvenes parejas no quieren tener hijos porque es carísimo. No me parece que sea, ni mucho menos, más caro que lo que les resultaba a sus abuelas. Yo sospecho que tiene que ver con la forma de disfrutar de sí mismos.
¿Sabemos lo que decimos cuando nos deseamos una feliz Navidad?
Dar vida: atreverse responsablemente (obligarse a cuidar) a arrojar a un ser mortal al mundo. Así lo dicen los filósofos inconvenientes .
ResponderEliminar¿Se puede ser filósofo conveniente? O, preguntado de otra forma, ¿puede la filosofía ser democrática?
Eliminar«El amor, en sus diversos grados, sería la medida de cómo vivimos personalmente a las personas, de cómo percibimos y comprendemos lo que tienen de personal, sin los ocultamientos que habitualmente se interponen entre ellas y nosotros. Esto sería la confirmación de que la persona humana, antes que inteligente o racional, es criatura amorosa» Persona, Julián Marías.
ResponderEliminarTraducido al román paladino, en la medida en que amamos menos nos despersonalizamos, nos encanijamos pues no podemos ser otra cosa que personas; lo que pasa es que podemos ser más o menos plenamente persona. El infierno debe ser el reino de la despersonalización.
Decía el gran Donoso que en el infierno sólo se oye una palabra: "Yo".
Eliminar¿Cuando tememos hijos obligamos a Dios a crear un alma?
ResponderEliminarUsted qué opina, don Gregorio.
José
*tenemos
ResponderEliminarJosé
Pues en estos tiempos nuestros opino que alma sólo tiene el que se la gana a base de luchar contra la inercia.
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