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jueves, 26 de agosto de 2021

De ayer a hoy

Ayer volvió a irse  mi mujer a Pamplona y para hacer más liviana su ausencia organicé una cena filosófica en casa. Los invitados: Miquel Seguró Mendlewicz y Núria Oliveres. Menú: ensalada de tomates con espárragos, anchoas y aguacate y merluza a la vizcaína. Vino blanco de Rueda y, para los postres (exquisiteces de la pastilería Miquel), "dolç de Mataró". Hablamos de ausencias irreparables, de lo que acompañan esas ausencias y, por supuesto, de filosofía judía, de cómo todo comienza en Cohen y de Los confines de la razón, último libro de Miquel.

Les comenté que, si todo va bien, en pocos días cuatro locos inspirados por la fortuna (que es aquello que hay conquistar, según nos aconseja Maquiavelo) pondremos en marcha una nueva editorial. Les mantendré informados.

Esta mañana conversación con Jean-Michel Kantor. Hablamos de místicos matemáticos rusos y de una cosa que nos traemos entremanos con los Mercader. Por cierto: la edición rusa de El cielo prometido va para adelante. Me he compromtido a escribir un epílogo.

Las moscas, insoportables, deben barruntar también la inconveniencia de septiembre.

6 comentarios:

  1. Vaya cena, Maestro.

    Me imagino que temprana y con una larga sobremesa. Yo ya sólo ceno así en fiestas de guardar.

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    1. A mí me gusta cocinar y disfruto cuando viene a casa gente a la que le gustan las sobremesas largas. Está usted invitado.

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  2. El cielo prometido me apasionó, se lo regalé a mi padre, que le entusiasmó y fue el ultimo libro que leyó antes de morir (con 96 años en 2016) veniamos los dos de leer El hombre que amaba los perros. Después de conocerle a usted, y con el tiempo, y con el Vocabulario de Platón en la mano y tomando cafetitos en Ocata, me dí cuenta de que los dos gregorios eran el mismo Gregorio. Qué cosas pasan. Todavía me cuesta creerlo. Aunque el epílogo sea Un Epílogo Para Rusos, ¿Habrá alguna manera de conocer el resultado de su compromiso que no sea llevarle la edición rusa a un amigo casado con una ucraniana, hijo de un amigo que tengo por ahí?

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    1. Me deja usted un poco perplejo. Espero que tenga usted la bondad de corporeizarse un día en la Plaza de Ocata.

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    2. No pensaba que mi atolondrado escrito fuera a producir perplejidad.
      Lo de corporeizarme en Ocata no lo descarto; no es imposible aunque parece remoto.
      Bromas aparte, parece que me incita a despejar un desconcierto.
      Debía haberle dicho llanamente que he leído libros suyos, que sigo su blog.
      (Lo sigo con altibajos, como el propio blog, que va arriba y abajo)
      Que cuando veo su nombre en The Subjetive me tomo el tiempo de leerlo.
      Si anuncia algo en El Tribù voy para alli y me armo de paciencia para no recurrir al traductor automático.
      Con Strauss también coincidimos; en interés, no en conocimiento. “El gusto de Jenofonte” en mi caso. “El arte de leer” se me ha hecho más duro.
      La víspera de madarle mi nota, había puesto otra -más atolondrada todavía- a Xavier, que le atribuía menosprecios a la lengua catalana. Había leido meses atrás la introducción de Jordi Sales i Coderch y la parte de La risa de la muchacha tracia que se podía descargar como fragmento, y engregoriado por todas partes me dije, una buena ayuda para “El arte de leer”, no esperes más. Asi que aquí me tiene, en Los cimientos de los cimientos -literal, en el capítulo tercero-
      Me gustaría tener ocasión de leer la presentación que haga de “El cielo prometido” a los lectores rusos. Lo de pasar la edición rusa a la mujer ucraniana del hijo de un buen amigo de Madrid parece una broma, aunque no lo es. Aunque no sé si estaría tan loco como para comprarlo, y decirle: toma y lee. Los trámites de aduana son una monserga. Pero si mi difunto padre tenía unas ediciones en ruso de “El Quijote”, sin distinguir Moscú en cirílico, en plan excéntrico también se hacen algunas extravagancias.
      En vez confundirle con un fárrago inconexo, lo más sensato hubiera sido pedirle, medio en broma medio en serio, que pusiera el prólogo prometido en la carta de Ocata para solaz de cofrades. Y punto.
      La bobería de conseguir la edición rusa me vino a la cabeza porque hace unos cuatro años, en la librería Singer de San Petesburgo me encontré, haciendo cima en una pirámide de ejemplares, en medio de la entrada principal, un libro del que reconocí la portada. “Yo confieso” de Jaume Cabré. Al alfabeto ruso llego: si ponía confieso no puedo asegurarlo, pero en lo de Jaume Cabré no había duda, y del niño de la portada de puntillas ante una biblioteca, tampoco. Pero estas cosas pasan una vez en la vida, y a veces no pasan nunca.
      Quería agradecerle la mención a Miquel Seguró del otro día. La curiosidad lleva a preguntarse, ¿y quién es este Miquel Seguró entre anchoas y tomates? Y he estado viendo cometarios sobre algunos libros suyos y lo tengo ya en mi lista de ignorados en mi ignorancia que parecen merecer dejar de serlo.
      Esto ha quedado demasiado largo, pero recortarlo y ordenarlo es una repipiez. Le prometo que si me personara en Ocata, observaría su mesa desde lejos y en silencio porque, como sé que suelo ser pesado, no me gusta molestar. Esté tranquilo y confiado.
      Y en el blog me estaré también calladito, como desde que empecé, que será mejor para todos.
      Afectuosamente.

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    3. Se los atribuía a nuestro contertulio Baltasar, que no he llegado a ponerlo y estas cosas conviene precisarlas.

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