Ayer por la tarde salí a dar un largo paseo por la playa de Ocata con los aforismos de Gómez Dávila bajo el brazo. El mar estaba embravecido, las olas chocaban con fuerza contra las rocas de la playa y el cielo del atardecer acompañaba con un punto de dramatismo el hondo rumor del oleaje. Llevaba bien adelantado el paseo cuando sonó el teléfono. Me llamaban desde una emisora de radio de La Paz, Bolivia, abriéndome la posibilidad de un viaje a este país. Y volví a experimentar así, de nuevo, qué es la Hispanidad.
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