Playa de Ocata. Anochecía y en los auriculares sonaba "Daphnis et Chloé" del grandísimo Maurice Ravel. El ambiente estaba cargado, pesado, denso, pegajoso. De repente un rayo ha rasgado el cielo y ha comenzado a llover. Gotas grandes, pero pausadas. La tormenta no ha durado más de diez minutos. Los suficientes para, en vez de refrescar, sacar del suelo todo el calor acumulado durante el día. El aliento dulzón de la tierra reseca acogiendo a la lluvia. Se sentía respirar a la tierra. Los últimos bañistas corrían medio desnudos, cargados con sus pertenencias, recogidas precipitadamente. Solo los pescadores veteranos aguantaban impasibles, intentando vencer la impasibilidad de los peces con su propia impasibilidad. 8 de agosto y los plátanos están perdiendo apresuradamente las hojas. Yo también intento pescar, mientras camino y me las entiendo con Ravel, el segundo preciso que me presta la luz declinante para desvelarme lo insólito que se esconde en lo tantas veces visto.
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