Quedóse meditando un instante el jefe conservador, y replicó:
- Pero, hombre, ¡el perro no tiene plumas!
- Es que lo de las plumas -contestó Carreño- es para despistar.
Una anécdota más:
"... sabido es que el conde León Tolstoi vivió en constante ficción, amando la pobreza sin renunciar a su fortuna y predicando la humildad desde la altura de su soberbia.
A este propósito hay un curioso sucedido.
Uno de sus admiradores quiso ver al conde León Tolstoi en su retiro de Jasnaia-Poliana; y como preguntara al cochero si encontraría al gran escritor en su gabinete de trabajo o empuñando la mancera del arado, el auriga inquirió:
- ¿Sabe que usted viene a verle?
- Sí, le he prevenido por telégrafo.
- Entonces, desde luego, le encontrará usted agarrado al arado..."
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