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jueves, 14 de abril de 2022

Judas

Cristóbal del Hoyo Solórzano y Sotomayor, Marqués de la Villa de San Andrés y Vizconde de Buen Paso (Tazacorte, Canarias, 1677- San Cristóbal de la Laguna, 1762), excusa en una de sus cartas a Judas Iscariote de una manera original.

 

Tras haber oído un Jueves Santo a un predicador despotricar de manera encendida contra Judas, un soldado salió colérico de la iglesia dispuesto a darle al felón traidor su merecido. El demonio, que anda siempre al quite, se le apareció y se ofreció a conducirlo hasta su escondite. Al llegar al lugar, el soldado echó mano a su espada y hubiera acabado en un periquete con Iscariote si éste no le hubiera convencido, no sin esfuerzo, para que escuchara la verdadera versión de lo acaecido. "Atiéndame, Señor Soldado", le rogó, "y si no tengo razón, hará usted lo que quisiera de mi."

 

"Yo, Señor Sargento", dijo Judas, "era comprador en la casa de mi Maestro en tiempos en que no éramos en mesa más que doce, pero creció la familia mucho y el dinero era tan poco, que no me alcanzaba para el gasto. En este estado, mi Maestro, manirroto, se empeñó en que debíamos hacer una cena magnífica sin tener un cuarto. Unos judíos me dicen que me darían treinta monedas si les decía cuál era mi Maestro. Aunque no juzgué buena aquella acción, pensando que mi Maestro se paseaba por el mar como cualquiera por su casa; que atravesaba paredes, como hace el sol por los vidrios; que del agua hace vino y de cinco peces comida para muchas almas, decidí tomar el dinero, que mi Maestro ya haría de las suyas para salvarse y los judíos quedarían burlados y nosotros, remediados.  Pero llegada la hora, lo agarraron, y él se dejaba agarrar como un cordero, y yo me decía para mi sayo: "¿A qué espera este hombre?" Pero viendo que se lo llevaban sin que nada de lo que yo había previsto aconteciera, me salí afuera contrito, y me colgué. Estos pocos reales me quedaron, aquí los tiene usted, y déjeme en paz, por su vida, que bastantes preocupaciones tengo yo". 

 

Las Cartas del Marqués fueron publicadas en 1740 por fray Gonzalo González de San Gonzalo (no me invento su nombre, que ahí está Google para verificarlo).

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