Repito una entrada de enero del año pasado. Mi infalible amiga B. me envió desde París un libro que, viniendo de ella sabía que sería una joya. Siempre da en la diana. Por eso decía que "tenerla de
consejera literaria es como disponer de un embajador en el Parnaso.
Libro que me recomienda, libro que está condenado a tener éxito de
manera inmediata".
Gracias, B.
Al comenzar a leer el libro me ha sorprendido lo familiar que me
resultaba el texto. ¿A qué se debía? Al finalizar el primer párrafo, no
tenía duda: yo había leído eso. ¿Pero cómo podía ser posible si estaba
seguro de no haber leído el libro? De repente he caído en la cuenta: El
19 de abril del año pasado escribí en un post: Esta mañana he encontrado esta joya en The New Yorker que me permite comprobar, de nuevo, la actualidad de los clásicos:
By Daniel Mendelsohn
Y así se cierra el círculo, permitiéndome constatar, de nuevo, que todo lo que rima es verdadero.
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