Hoy es San Pedro, santo patrón de Ocata, pueblo que fue de pescadores y marineros, y ayer hubo verbena. Tocó hacer de abuelo y fingir valentía con mi nieto Bruno y un amigo suyo, metiéndome bajo el fuego "dels dimonis" y sus atronadores petardos. Un martirio para mis oídos, pero un regalo para mi "abuelez". La condición de abuelo rejuvenece.
El mes que viene tengo un debate en Valladolid con Cayetana Álvarez de Toledo sobre el conservadurismo y ando dándole vueltas al asunto. ¿Se puede ser conservador en España? A veces pienso que no nos podemos sufragar ese lujo.
Dice Cayetana en El Mundo: "reivindico mi derecho a ofender y ser ofendida. Es decir, a pensar". A mí no me gusta ni ofender ni ser ofendido y, sin embargo, no puedo dejar de pensar (si bien o mal... eso ya es harina de otro costal) y sé muy bien que como decía Wittgenstein, no puedes pensar honestamente si tienes miedo a hacerte daño. Es decir, reivindico mi derecho a ofenderme a mí mismo. Pero tampoco soy tan ingenuo como para ignorar que, desde el momento en que esceribes y publicas, hay gente dispuesta a sentirse ofendida por lo que dices.
"Conservador" és polisémico. Arendt dice que defender que la educación es -debe ser- conservadora no es lo mismo que ser conservador desde el punto de vista político. Brague dice que él, como francés, se siente orgulloso de pertenecer a un pueblo que, dejándose romanizar, dejó de hacer sacrificios humanos. Las palabras a veces engañan, y el peligro de declarar-se conservador es que el que escucha entienda lo que le dé la gana en función de su propio (anti- o pro-) conservadurismo.
ResponderEliminarPor cierto, algo parecido ocurre que el progresismo...