He salido de Barcelona a las 12 de la mañana y estaba de vuelta a las 21:20. En la estación de Atocha me esperaba un taxi que me ha llevado a una zona industrial de Getafe, donde están los estudios de una productora de televisión. Me esperaban para grabar un programa sobre literatura infantil con Sánchez Dragó. No lo conocía personalmente y, la verdad sea dicha, me ha caído muy bien.
En mi infancia no hubo otros libros que los escolares, pero está llena de relatos orales, comenzando por las historias de mi abuelo y siguiendo por los romances y cuentos de mi madre, que era una magnífica narradora de cuentos y todos eran terribles, de mucho miedo, de esos que hoy yo no me atrevería a contar a mis nietos sin el permiso escrito de sus padres. Pero en aquel tiempo, todos mis primos estaban deseando quedarse a dormir en mi casa para temblar de miedo.
Por ejemplo, el cuento del higo y medio. Una niña huérfana tiene que ir a vivir con su malísima abuela que la tiene trabajando como una esclava sin apenas alimentarla. Un día la abuela deja a la niña sola en casa, advirtiéndole severamente que no se le ocurra ni tan siquiera probar una miga de pan, que todo lo tiene contado y medido. Estando la niña sola, se presenta un pobre mendigo muerto de hambre que le pide una limosna. La niña, apiadada, le da un higo y medio, pensando que su abuela no notaría su falta. Pero ¡y tanto que la nota! Enfadadísima con la niña, la arrastra hasta los campos y la entierra viva. Pasan los meses. En esos campos se siembra trigo que, a su debido tiempo, es segado. Y allí están los segadores en el tajo cuando uno de ellos oye una voz muy débil que canta:
Segadores que segáis,
no seguéis mi lindo pelo
que la tuna de mi abuela,
me ha "enterrau" por higo y medio.
Los segadores se quedan quietos y al poco rato vuelve a sonar la voz. Acuden al lugar del que sale, escarban en la tierra y se encuentran con la niña, viva. Me ahorro el castigo que infligen a la abuela.
O aquel romance cantado en el que un niño de cinco años, "la cosa más picotera", le cuenta a su padre que en cuanto se va a trabajar, su madre se las entiende con "el señorito Alfredo". La madre mata al niño y "pone lengua en sartén /y la cabeza en cazuela". Llega el padre y pregunta por el hijo. "Le he dadito pan y miel / y se ha ido a casa su abuela", contesta la desalmada madre. El padre se sienta a cenar y el primer trozo que coge es un trocito de lengua. "Padre mío, no me comas / que soy tu riquita prenda", le dice la lengua. Me ahorro también lo que le pasa a la madre.
Hay un verbo incorrecto en el texto: "Me ahorro el castigo que infringen a la abuela". No es "infringir" sino "infligir". Lo correcto es "Me ahorro el castigo que infligen a la abuela". Es un error frecuente en la confusión entre los dos verbos similares fonéticamente.
ResponderEliminarPues tiene usted razón. Y ahora mismo lo corrijo. Gracias.
EliminarEsto me recuerda mucho al Romance de la infanticida. Aquí es un niño: padre de mi corazón/ no pruebe usted de esa cena/ que salió de sus entrañas/ y no es justo que a ellas vuelva/
ResponderEliminarLe ahorro la resolución que imaginará muy bien, entre lo que ahora llaman violencia de género, que también son ganas, y violencia vicaria. Machismo puro, duro y hetero-patriarcal. Al menos escapa de la acusación de racismo.
Si siente curiosidad me lo sé de memoria y no tiene más que decírmelo.
Lo conozco, gracias. Lo cnataba muy bien Joaquín Díaz. Sin duda hay diferentes variantes del mismo. Creo que la más "gore" era la de mi madre.
ResponderEliminarSin duda, no encuentro rival. Tiene un aire a los cuentos de los Grimm sin expurgar. Una cosa como germánica y de brumas aderezada con romance recio de la Ribera. Si hace memoria y saca una antología creo que tendría lectores. Gracias por compartir sus recuerdos en este blog. Esto de las intimidades...
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