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martes, 25 de enero de 2022

viernes, 14 de enero de 2022

Viaje relámpago a Madrid

He salido de Barcelona a las 12 de la mañana y estaba de vuelta a las 21:20. En la estación de Atocha me esperaba un taxi que me ha llevado a una zona industrial de Getafe, donde están los estudios de una productora de televisión. Me esperaban para grabar un programa sobre literatura infantil con Sánchez Dragó. No lo conocía personalmente y, la verdad sea dicha, me ha caído muy bien.

En mi infancia no hubo otros libros que los escolares, pero está llena de relatos orales, comenzando por las historias de mi abuelo y siguiendo por los romances y cuentos de mi madre, que era una magnífica narradora de cuentos y todos eran terribles, de mucho miedo, de esos que hoy yo no me atrevería a contar a mis nietos sin el permiso escrito de sus padres. Pero en aquel tiempo, todos mis primos estaban deseando quedarse a dormir en mi casa para temblar de miedo.

Por ejemplo, el cuento del higo y medio. Una niña huérfana tiene que ir a vivir con su malísima abuela que la tiene trabajando como una esclava sin apenas alimentarla. Un día la abuela deja a la niña sola en casa, advirtiéndole severamente que no se le ocurra ni tan siquiera probar una miga de pan, que todo lo tiene contado y medido. Estando la niña sola, se presenta un pobre mendigo muerto de hambre que le pide una limosna. La niña, apiadada, le da un higo y medio, pensando que su abuela no notaría su falta. Pero ¡y tanto que la nota! Enfadadísima con la niña, la arrastra hasta los campos y la entierra viva. Pasan los meses. En esos campos se siembra trigo que, a su debido tiempo, es segado. Y allí están los segadores en el tajo cuando uno de ellos oye una voz muy débil que canta:

Segadores que segáis,

no seguéis mi lindo pelo

que la tuna de mi abuela,

me ha "enterrau" por higo y medio.

Los segadores se quedan quietos y al poco rato vuelve a sonar la voz. Acuden al lugar del que sale, escarban en la tierra y se encuentran con la niña, viva. Me ahorro el castigo que infligen a la abuela.

O aquel romance cantado en el que un niño de cinco años, "la cosa más picotera", le cuenta a su padre que en cuanto se va a trabajar, su madre se las entiende con "el señorito Alfredo". La madre mata al niño y "pone lengua en sartén /y la cabeza en cazuela". Llega el padre y pregunta por el hijo. "Le he dadito pan y miel / y se ha ido a casa su abuela", contesta la desalmada madre. El padre se sienta a cenar y el primer trozo que coge es un trocito de lengua. "Padre mío, no me comas / que soy tu riquita prenda", le dice la lengua. Me ahorro también lo que le pasa a la madre.

jueves, 13 de enero de 2022

Punto final

He terminado el ensayo que estaba escribiendo. Mejor dicho, le he puesto un punto final... provisional. Sé que tengo que dejarlo descansar un tiempo, quizás un mes, en un cajón, donde no lo vea, y permitirle reposar antes de darle un último repaso... que siempre corre el riesgo de ser el penúltimo.

He acabado agotado. No tengo ni idea de qué les pasará a los demás, pero a mí, pensar, me cansa. Hablo de pensar, no de dejar pasar ideas por la inteligencia como nubes que adorman sin dejar rastro. Hablo de constatar, una vez más, que el pensamiento avanza sobre su propio cadáver. Y yo, al menos, no sé otra manera de hacerlo avanzar.

Este es el libro que más me ha costado escribir. Lo inicié a comienzos del verano, camino de Las Escalonias, en Sierra Morena, y me ha arrastrado hasta aquí.

Por otra parte, una vez acabadas sus 200 páginas, me asalta una sospecha que no por familiar es menos intensa: ¿Y esto a quién demonios le puede interesar?

Ha sido guardarlo en el cajón y dormir 10 horas seguidas.

Mañana me voy a Madrid, tengo un encuentro sobre literatura infantil con Sánchez Dragó para un programa de televisión.


¡A Zaragoza!


 

Vehemencia

 I Tras tres días sin poder separarme de Benjamin Labatut y su Maniac , pero ya he cerrado la última página. Y como suele ocurrir cuando has...