Pp. 315-6: “Nosotros creemos
que la soberanía, en su origen, está en el pueblo, instrumento de que se vale
dios para concederla a quien quiere y a quien importa. No hay potestad que no
venga de Dios, en primer lugar, porque no hay nada que él no venga, y en
segundo lugar porque la muchedumbre, divinintus erudita, como guiada y
enseñada por el mismo Dios, pone las bases y echa infalible y firmemente el
cimiento de toda sociedad humana. Entendida la doctrina de este modo, no sea de
negar que la soberanía reside, es inmanente en la nación; pero la nación vive y
se extiende por toda la prolongación de su historia, y no se muestra como
soberana y como constituyente así propia, a cada momento.
P. 341: “Nuestra opinión
sobre la soberanía es la misma de Domingo de Soto. Comentando este sabio
teólogo las palabras del apóstol, dice: no est potestas nisi a Deo, no
hay poder que no venga de Dios; mas no porque la república no cree los reyes y
todos los poderes, sino porque lo hace por inspiración divina. Non quod
respublica non creaverit principes, sed quod id fecerit divinitus erudita. Lo
mismo piensan y afirman Rivadeneyra, en su tratado del príncipe, contra
Maquiavelo; fray Juan de Santa María, Mariana, Lainez en el discurso que
pronunció en Trento, y fray Antonio de Guevara en su sermón sobre el oficio y
dignidad del rey, predicado en presencia de Carlos V emperador. El propio Antonio
Pérez, no el secretario de Felipe II, sino el autor del Jus publicum,
tiene idéntico sentir que los teólogos, aunque jurisconsulto, y por
consiguiente, menos liberal, pues el estudio de las leyes romanas del Imperio
predisponía entonces a los jurisconsultos para que fuesen absolutistas... Estos
autores… al hablar, pues de la república, que divinamente inspirada se crea
un gobierno, no hacían historia: lo que hacían era poner un fundamento
filosófico a las potestades civiles; establecer de un modo racional el derecho
a la soberanía... No era posible, ni lícito, ni podía fundarse la soberanía en
la astucia, ni en el valor de un tirano, ni en la debilidad de un pueblo, ni en
la usurpación, ni en la conquista. Algo debía haber por cima de esos hechos que
constituyese el derecho, creando la legitimidad.”
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