Al amigo Borja Lucena Góngora
Ya intuía yo que éste no iba a ser un día más. He comprobado lo acertado de mi intuición al responder afirmativamente a la solicitud de amistad que me ha dirigido Thalita Chelsea desde Tamarinda, en el Kalimantán Oriental (Indonesia). Sépanlo todos ustedes: tengo una amiga de fb en Tamarinda.
Las premoniciones han comenzado a las 2:23 de la mañana cuando estaba finalizando El tiempo en mis brazos, el tomo III de los Cuadernos de Notas de Tomás Segovia, que me lo regalaron en México. De repente ha sonado el móvil -a estas horas intempestivas el teléfono siempre suena estentórea y sobrecogedoramente de repente- y he reconocido esa voz débil, quebradiza, y arrastrada, que necesita coger fuerza para articular cada sílaba.
- Pa...pa -me ha dicho- que... que... que me he... me... he... vu...el...to... me he vuel...to a caer de... de... la cama...
He estado hablando un buen rato con el caído, intentando convencerle de que yo no era su padre y escuchando sus frases entrecortadas, rotas, sin sentido.
He identificado la voz porque el miércoles 19 de octubre me sonó el móvil a las 4:30 de la mañana. Tengo apuntada la fecha y la hora, pero no recuerdo qué estaría leyendo. Era un número desconocido.
- ¿Sí? -pregunté.
- Pa...pa -me contestaron. La voz me pareció que era la de un hombre joven en graves apuros. No sé por qué pensé que podía ser mi hijo. Me alarmé especialmente cuando se interrumpió la llamada tras el tercer "pa...pa". Intenté devolver la llamada una y otra vez, pero no me contestaba nadie. ¿Y si mi hijo estaba metido en un lío fenomenal? ¿Pero por qué me llamaba desde un teléfono desconocido? Enmarañado en mis propios temores, todas las dudas confirmaban la sospecha de que, efectivamente, tenía que ser mi hijo. El sueño de la razón, ya lo saben, produce monstruos, especialmente a esas horas de la madrugada. ¿Tenía que llamar a mi nuera? ¿Y despertar a mi mujer? ¿Y si no pasaba nada? A las 6:00, finalmente, me cogieron el teléfono.
- ¿Qué te pasa? ¿Te ocurre algo? -pregunto.
Unos segundos de silencio, eternos.
- No... no... per-do-ne.... que es... que esta.... estaba lla...lla...man...do a ... a ... mi padr-dre.
Me enfadé con él. Le dije algunas cosas de las que no me siento orgulloso, porque sin duda, era alguien que se lo estaba pasando mal. Quizás por intentar compensar mi mal comportamiento del 19 de octubre, hoy he estado un buen rato colgado del teléfono. Era la misma persona, no había duda. Alguien adulto. Quizás alrededor de 30 años. Lo único que he sacado en limpio es que se había caído de la cama y no podía levantarse, pero no había manera de hacerle entender que yo no era su padre. Finalmente lo he convencido para que volviera a llamarme. No ha vuelto a sonar mi móvil. Espero, de todo corazón, que haya sonado el de su padre.
La guinda del día la acaban de poner los de Amazon, que me han entregado, ahora mismo, Mi siglo, de Aleksander Wat, acompañado de esta nota:
Sólo añadiré un consejo: si alguna vez tenéis la fortuna de ser invitados a Soria por el Círculo Filosófico Soriano, no lo dudéis, decid que sí. Saldréis ganando.
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