I
Esta mañana ha merecido la pena. He llegado a la estación de Atocha a las 10:02. Al salir del tren me ha recibido ese huraño frío mesetario. Huraño, por cierto, tiene la misma raíz que forastero. He ido a paso ligero al metro porque Armando Zerolo me esperaba en el intercambiador de Moncloa.
II
Con Armando siempre es fácil hablar. Así que hemos hablado y caminado hasta la casa de Juan Miguel Palacios, con el que hemos pasado un rato inolvidable. Hamos hablado, por supuesto, de su padre, Leopoldo Eulogio Palacios, especialmente de uno de sus libros, La prudencia política, pero, como suele ocurrir en estos casos, nos hemos perdido gozosamente por mil circunloquios.
III
Me acabo de leer ahora mismo, en la habitación del hotel, un magnífico trabajo de Leopoldo-Eulogio Palacios titulado De la razón histórica a la razón poética, todo un festín filosófico, y me espera sobre la cama un libro primorosamente editado, una selección de artículos titulada Leopoldo-Eulogio Palacios. El juicio y el ingenio y otros ensayos.
IV
Al salir de la casa de Juan Miguel, Armando y yo hemos reanudado la conversación, centrada ahora en Europa y esos merluzos de gobernantes que se reúnen en París en una situación de crisis de una extrema gravedad, porque a los europeos nos están diseñando el futuro an Arabia, y la única conclusión a la que llegan es que son incapaces de llegar a una conclusión compartida. A veces hay que darle la razón a Donoso y acordarse de la santa madre de la case discutidora.
V
He comido cerca del hotel en un restaurante navarro. De primero, pochas de la ribera con guindillas; de segundo, callos a la navarra. De postre, torreja con helado. Y aquí estoy, como una boa después de zamparse un buey, leyendo entre cabezadas de sueño.