I
Día larguísimo el de ayer. Los relojes adquirieron una consistencia daliniana y se independizaron de la aritmética.
II
Me levanté con un malestar estomacal que le daba pesadez a todo mi cuerpo. No presagiaba nada bueno. A las 9:00 había quedado a desayunar con Javier García Cañete, que es la persona que mejor ríe del mundo. Lo hace de una manera tan natural que su risa es la prolongación obvia de su sonrisa. Los ojos se le iluminan, sus manos adquieren vida propia y su presencia se convierte en un abrazo. Desayuné poco y a desgana, temiendo que no pudiera digerirlo.
III
De las 10:00 a las 12:00 estuve en la Fundación Botín, intentando aparentar que me sentía bien. Y lo cierto es que me sentía muy bien, pero temiendo que de un momento a otro tuviera que salir corriendo a vomitar. Los jóvenes de la Botín. son oro en paño. Podría pagar por pasar dos horas con ellos hablando, ni más ni menos, que de la esencia de lo político con la ayuda de Platón. Pero va y me pagan a mí.
IV
Acabé mareado, pero no creo que nadie se diera cuenta, y me fui andando hasta Atocha, pasando, eso sí por Salustiano Olózaga en busca de una librería de viejo que encontré cerrada.
V
En el AVE me di cuenta de que tenía un mensaje de correo de B. que aludía, desee París, a algo de lo que yo no tenía noticia: de las desoladoras inundaciones de Valencia.
VI
Hasta que no llegué a casa no pude vomitar el pobre desayuno. Me metí en la cama a las 20:00 y hoy me he levantado, sin pizca de mala conciencia, pasadas las 11:00. De hecho, si no hubiera sido porque mi nieto venía a comer y tenía que hacer la compra y la comida, me hubiese quedado más tiempo entre las sábanas.
VI
He pasado la tarde tumbado en el sofá. Hace unos minutos han llamado a la puerta. "¿Truco o trato?", me han gritado. Les he contestado que no tenia nada para darles y he recibido como respuesta una grosería que no es necesario recoger aquí.