Ayer por la tarde acudí a la antigua fábrica Damm a escuchar a Ignacio Martínez de Pisón, Laura Ferrero y Alba Muñoz hablar de sus respectivas Barcelonas en la presentación de La Lectura, la revista cultural de El Mundo. Todos asumieron como evidente que Barcelona es una ciudad más literaria que Madrid y se citaron títulos de renombre para confirmarlo. Por supuesto, nadie recordó Madrid, de corte a cheka, de Agustín de Foxá. Hay cosas que repugnan a nuestra memoria democrática. Se ensalzó la Barcelona de los 70 y se minusvaloró el Madrid funcionarial. Tengo yo la tesis de que a Barcelona como le gusta verse a sí misma es como promesa de algo grande e inminente y que cuando se ve así adquiere un aire tartarinesco. Sin embargo, se muestra insatisfecha con la realidad hecha posible por sus sueños. Es como un fetichista que sueña ardientemente con el zapato de tacón de aguja de una mujer y se tiene que conformar con la mujer entera. Se dijo, también, que la primera ciudad catalana fuera de Cataluña es Madrid, que alberga a 100.000 catalanes o que en Cataluña hay 50.000 suscriptores de El Mundo. Me sorprendió el pesimismo de los periodistas ante el futuro de su profesión. Parece que en los Estados Unidos cada vez lee menos gente la prensa. Lo que hacen en pedirle a la IA información sobre un acontecimiento de actualidad y la IA se la ofrece con el justo sabor y textura que cada uno espera encontrar.