En el año 1557 una vecina de Cebreros llamada Catalina de Doyague fue denunciada a la Inquisición por utilizar todo tipo de conjuros y maleficios. Ella reconoció que conocía una fórmula mágica para mantener bien sujeto a todo amante inconstante. En mi afán por proporcionar a los clientes de este humilde café saberes útiles, la reproduzco a continuación (aunque reconozco que no puedo garantizar el éxito en el caso de una amante):
Estrella señorita
lleva un signo
a mi amigo Fulano [obviamente aquí debe decirse el nombre que corresponda]
y no le dejes ni beber ni dormir,
ni descansar ni gozar con otra mujer
mas haz que vuelva a buscarme
haya nacido o esté por nacer,
pero que vuelva a verme.
Que Isaac me lo amarre, Abraham me lo traiga, Jacob me lo entregue.
Catalina fue declarada culpable y condenada a vivir fuera del pueblo de Cebreros, porque la Inquisición no sólo desconfiaba bastante de las acusaciones contra las brujas sino que a lo largo de su historia se mostró bastante indulgente con ellas. En España se condenaron a muerte muchísimas menos brujas que en cualquier otro lugar de Europa.
Es igualito a los conjuros mágicos que aparecen en textos griegos de Egipto en papiro (y también por toda Grecia, en tablillas de maldición encontradas en pozos y tumbas) en la Antigüedad.
ResponderEliminarEntonces no cabe duda: es todo culpa del nacionalcatolicismo
EliminarAsí es, Ángel, y eso fue lo que me llamó la atención. ¿No es sorprendente la pervivencia de estos conjuros?
ResponderEliminarEs lo que he estado pensando. Los elementos son los mismos. Se puede explicar por universales psicológicos o por una tradición subterránea también posible, más o menos oral. Cuando di clases en La Mancha, los alumnos me hablaban de cosas del mal de ojo que eran las mismas de la Antigüedad
EliminarJulio Caro Baroja comenta por algún sitio que los cultos populares de la Antigüedad dejaron su pose en los cultos báquicos, transformados en rituales de magia y brujería, perviviendo así hasta bien entrada la Edad Media.
EliminarA mediados del siglo XVIII, en Teruel, el notario Miguel Marco organizó en su casa una parodia del rito carmelita "del niño extraviado" (jesús perdido y hallado en el Templo). Un campesino vestido de diácono condujo la procesión de los asistentes hasta la bodega de Marco. Una vez allí pronunció un sermón obsceno, orinó sobre los asistentes, repitió signos sacrílegos... En un momento dado la luces s apagaron y comenzó un baile orgiástico en el que las mujeres lanzaban gritos agudos. Asistieron hasta miembros del Santo Oficio. Insisto: a mediados del siglo XVIII.
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