Gregorio (si me permite llamarle por su nombre), al leer su artículo me hiciste (y tutearle, también) recordar un par de fragmentos del mismo Huxley en Un Mundo Feliz:
Va el primero: "No somos más nuestros de lo que es nuestro lo que poseemos. No nos hicimos a nosotros mismos, no podemos ser superiores a nosotros mismos. No somos nuestros propios dueños. Somos propiedad de Dios. ¿No consiste nuestra felicidad en ver así las cosas? ¿Existe alguna felicidad o algún consuelo en creer que somos nosotros? Es posible que los jóvenes y los dichosos piensen así. Es posible que piensen que es una gran cosa hacerlo según su voluntad, como ellos suponen, no depender de nadie, no tener que pensar en nada invisible, ahorrarse la molestia de tener que reconocer, que rezar y que referir constantemente todo lo que hacen a la voluntad de otro. Pero a medida que pase el tiempo, éstos, como todos los hombres, descubrirán que la independencia no fue hecha para el hombre, que es un estado antinatural, que puede sostenerse por un momento pero no puede mantenernos a salvo hasta el fin."
Y el segundo: "Un hombre envejece y siente esa sensación radical de debilidad, de fatiga, de malestar, que acompaña a la edad avanzada; e imagina que está enfermo, engaña sus temores con la idea de que su desagradable estado obedece a alguna causa particular, de la que espera recobrarse como si se tratara de una enfermedad. ¡Vaya imaginación! esta enfermedad es la vejez y es una enfermedad terrible. Dicen que el temor a la muerte y a lo que sigue a la muerte es lo que induce a los hombres a entregarse a la religión cuando envejecen. Pero mi propia experiencia me ha convencido de que, dejando a un lado tales errores e imaginaciones, el sentimiento religioso tiende a desarrollarse a medida que la imaginación y los sentidos son menos excitables, entonces nuestra razón halla menos obstáculos en su camino, se ve menos ofuscada por las lágrimas, los deseos, las distracciones en que solía entretenerse. Ése es el momento en que Dios emerge como desde detrás de una nube y nuestra alma siente, ve, se vuelve natural e inevitablemente hacia el manantial de toda luz, porque ahora que todo lo que deba al mundo de las sensaciones su vida y su encanto ha empezado a alejarse de nosotros, ahora que la existencia fenoménica ha dejado de apoyarse en impresiones interiores o exteriores, sentimos la necesidad de apoyarnos en algo permanente, en algo que nunca puede fallarnos, en una realidad, en una verdad absoluta e imperecedera. Sí, inevitablemente nos volvemos hacia Dios. Este sentimiento es por naturaleza tan puro, tan delicioso para el alma que lo experimenta, que nos compensa de todas las demás pérdidas."
...como diría J. Derrida, ya no soy joven y aún no doy viejo. Soy la huella que está dejando en este instante mi última pisada.
ResponderEliminarHL
PD: Por cierto, heideggerianamente, el ente sería un ser-arrendatario-del no-Ser.
Me lo ha quitado de la punta de la lengua.
Eliminarhttps://youtu.be/VAjH7taiRo0
ResponderEliminarGregorio (si me permite llamarle por su nombre), al leer su artículo me hiciste (y tutearle, también) recordar un par de fragmentos del mismo Huxley en Un Mundo Feliz:
ResponderEliminarVa el primero: "No somos más nuestros de lo que es nuestro lo que poseemos. No nos hicimos a nosotros mismos, no podemos ser superiores a nosotros mismos. No somos nuestros propios dueños. Somos propiedad de Dios. ¿No consiste nuestra felicidad en ver así las cosas? ¿Existe alguna felicidad o algún consuelo en creer que somos nosotros? Es posible que los jóvenes y los dichosos piensen así. Es posible que piensen que es una gran cosa hacerlo según su voluntad, como ellos suponen, no depender de nadie, no tener que pensar en nada invisible, ahorrarse la molestia de tener que reconocer, que rezar y que referir constantemente todo lo que hacen a la voluntad de otro. Pero a medida que pase el tiempo, éstos, como todos los hombres, descubrirán que la independencia no fue hecha para el hombre, que es un estado antinatural, que puede sostenerse por un momento pero no puede mantenernos a salvo hasta el fin."
Y el segundo: "Un hombre envejece y siente esa sensación radical de debilidad, de fatiga, de malestar, que acompaña a la edad avanzada; e imagina que está enfermo, engaña sus temores con la idea de que su desagradable estado obedece a alguna causa particular, de la que espera recobrarse como si se tratara de una enfermedad. ¡Vaya imaginación! esta enfermedad es la vejez y es una enfermedad terrible. Dicen que el temor a la muerte y a lo que sigue a la muerte es lo que induce a los hombres a entregarse a la religión cuando envejecen. Pero mi propia experiencia me ha convencido de que, dejando a un lado tales errores e imaginaciones, el sentimiento religioso tiende a desarrollarse a medida que la imaginación y los sentidos son menos excitables, entonces nuestra razón halla menos obstáculos en su camino, se ve menos ofuscada por las lágrimas, los deseos, las distracciones en que solía entretenerse. Ése es el momento en que Dios emerge como desde detrás de una nube y nuestra alma siente, ve, se vuelve natural e inevitablemente hacia el manantial de toda luz, porque ahora que todo lo que deba al mundo de las sensaciones su vida y su encanto ha empezado a alejarse de nosotros, ahora que la existencia fenoménica ha dejado de apoyarse en impresiones interiores o exteriores, sentimos la necesidad de apoyarnos en algo permanente, en algo que nunca puede fallarnos, en una realidad, en una verdad absoluta e imperecedera. Sí, inevitablemente nos volvemos hacia Dios. Este sentimiento es por naturaleza tan puro, tan delicioso para el alma que lo experimenta, que nos compensa de todas las demás pérdidas."
Muchas gracias, Alejandro.
EliminarEl joven sufre ansioso
ResponderEliminarLas veces primeras del mozo
El viejo padece ocioso
Las últimas de cualquier gozo.
Achela.