"Cosas mas raras veredes, amigo Sancho", decía don Quijote. En uno de sus aforismos cuenta el gran Lichtenberg que había gente que explicaba las auroras boreales por el refejo de los arenques.
Le oí contar a Dámaso Alonso, en una conferencia que dio en el aula magna de la UB que Don Marcelino, en las conferencias, se hacía servir anís, no agua... Nada que ver, en cuanto a *estrafalariedad con el famoso huevo frito que el exquisito JRJ descubrió en una silla en casa de Antonio Machado..., que también nos contó.
Le oí contar a Dámaso Alonso, en una conferencia que dio en el aula magna de la UB que Don Marcelino, en las conferencias, se hacía servir anís, no agua... Nada que ver, en cuanto a *estrafalariedad con el famoso huevo frito que el exquisito JRJ descubrió en una silla en casa de Antonio Machado..., que también nos contó.
La mejor conferencia que he oído en mi vida fue una de Brice Echenique. Bebía los besos de agua de un trago, uno tras otro. Obviamente una persona gentil s los iba llenado con diligencia. A medida que iba bebiendo iba perdiendo el hilo. Al final nada de lo que decía tenía mucho sentido, pero todo estaba magníficamente bien dicho y, además, de la manera más divertida. Después alguien de la institución que lo había invitado me confirmó las sospechas: aquel líquido tan inocentemente transparente nada tenía que ver con el agua.
Yo asistí, hace muchos años, a una conferencia-coloquio de Juan Rulfo en el Centro Pompidou en la que el autor de "Pedro Páramo" estaba tan borracho que el presentador, tras alargar voluntariamente la introducción, prescindió de la "conferencia" y pasó directamente a las preguntas de los asistentes. El pobre Rulfo, rojo como con un tomate y con una mirada de asesino, sólo fue capaz de responder con monosílabos a las preguntas que el traductor le repetía varias veces al oído, aunque estuvieran en español. Cuando alguna vez intentó decir una frase entera, nadie comprendió lo que decía. Aquéllo fue un auténtico desastre, que dos o tres especialistas de la obra del mexicano intentaron evitar hablando de manera improvisada de la gran calidad de sus libros
"Cosas mas raras veredes, amigo Sancho", decía don Quijote. En uno de sus aforismos cuenta el gran Lichtenberg que había gente que explicaba las auroras boreales por el refejo de los arenques.
ResponderEliminar...más... reflejo...
EliminarO "cosas, mas raras, veredes...", que también cabría.
EliminarLe oí contar a Dámaso Alonso, en una conferencia que dio en el aula magna de la UB que Don Marcelino, en las conferencias, se hacía servir anís, no agua... Nada que ver, en cuanto a *estrafalariedad con el famoso huevo frito que el exquisito JRJ descubrió en una silla en casa de Antonio Machado..., que también nos contó.
ResponderEliminarLe oí contar a Dámaso Alonso, en una conferencia que dio en el aula magna de la UB que Don Marcelino, en las conferencias, se hacía servir anís, no agua... Nada que ver, en cuanto a *estrafalariedad con el famoso huevo frito que el exquisito JRJ descubrió en una silla en casa de Antonio Machado..., que también nos contó.
ResponderEliminarLa mejor conferencia que he oído en mi vida fue una de Brice Echenique. Bebía los besos de agua de un trago, uno tras otro. Obviamente una persona gentil s los iba llenado con diligencia. A medida que iba bebiendo iba perdiendo el hilo. Al final nada de lo que decía tenía mucho sentido, pero todo estaba magníficamente bien dicho y, además, de la manera más divertida. Después alguien de la institución que lo había invitado me confirmó las sospechas: aquel líquido tan inocentemente transparente nada tenía que ver con el agua.
EliminarYo asistí, hace muchos años, a una conferencia-coloquio de Juan Rulfo en el Centro Pompidou en la que el autor de "Pedro Páramo" estaba tan borracho que el presentador, tras alargar voluntariamente la introducción, prescindió de la "conferencia" y pasó directamente a las preguntas de los asistentes. El pobre Rulfo, rojo como con un tomate y con una mirada de asesino, sólo fue capaz de responder con monosílabos a las preguntas que el traductor le repetía varias veces al oído, aunque estuvieran en español. Cuando alguna vez intentó decir una frase entera, nadie comprendió lo que decía. Aquéllo fue un auténtico desastre, que dos o tres especialistas de la obra del mexicano intentaron evitar hablando de manera improvisada de la gran calidad de sus libros
EliminarHasta Homero se echaba una cabezada...
ResponderEliminarHoracio, Epistulae 1.19.6: “laudibus arguitur vini vinosus Homerus"
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