miércoles, 11 de noviembre de 2015

La arbitrariedad

Gershon Legman, un folclorista norteamericano, escribió en su libro "Love and Death: A Study in Censorship" (1949): "El asesinato es un crimen. Describir un asesinato, no. El sexo no es un crimen. Describir conductas sexuales, sí." Legman constataba esto con sorpresa. Aproximadamente -me imagino- con la misma sorpresa con que Javier Krahe denunciaba que, respecto al sexo, "pagando está bien y molesta si es gratis." En estas cosas los cínicos (los cínicos a lo Diógenes) suelen llevarse las manos a la cabeza, escandalizados de la hipocresía social. ¿Pero se trata realmente de hipocresía? Yo sospecho que más bien se trata de arbitrariedad. Toda cultura humana descansa sobre un fundamento arbitrario, comenzando por el lenguaje y siguiendo por la proscripción del canibalismo. Lo cultural (y, con ello, lo político) consiste en habitar arbitrariamente la naturaleza y esto debe hacerse porque no hay manera de ser naturales y ser al mismo tiempo humanos.

Siéntense ustedes en un banco de un paseo transitado y dedíquense un rato a contemplar cómo cada transeúnte lleva su personalidad. Describirán que el estilo es el arte de llevar con creatividad y verosimilitud lo arbitrario de uno mismo.

14 comentarios:

  1. "Arbitrario" en español es sinónimo de aleatorio y de caprichoso , don Gregorio. Y sin embargo en asuntos humanos "no todo vale".

    Nuestra naturaleza, la naturaleza humana, tiene historia, lenguaje incluido (véase por ejemplo Michel Tomasello "Los orígenes de la comunicación humana"): Que las convenciones lingüísticas tengan que ser convencionalizadas no significa que sean "arbitrarias".

    Ya se lo comenté en otra ocasión : seres humanos que nunca se comunicaron entre sí han inventado - ¿o descubierto ?- la agricultura en lugares y momentos diferentes. Y lo que vale para la agricultura vale para el aprovechamiento de recursos comunes como una pesquería o unos pastos: nos encontramos con repertorios de soluciones institucionales sorprendentemente limitados. Muchos ámbitos humanos, posiblemente todos a un cierto nivel de abstracción, se parecen más al sexo que a la gastronomía: pese a Sade el repertorio institucional no tiene series transcendentales.

    La dicotomía Naturaleza/Cultura hay que manejarla con cuidado , como todas las dicotomías, porque por ejemplo puede pasar que según el caso no sea disyuntiva, sino alternativa. Que a los seres humanos nos encanten los cotilleos o los dulces, o que nos ríamos no tiene nada de arbitrario. La prueba es que todo esto tiene una historia evolutiva, historia que estamos empezando a reconstruir con cierto rigor.

    Y lo mismo pasa con los tabúes, canibalismo incluido. Por eso a veces toleramos su transgresión.

    Por cierto le agradezco su silencio sobre Glucksman: Un bluff.
    Parafraseando a Debray : ¡Qué lástima que se haya muerto sin lograr la ciudadanía norteamericana honoraria!

    Karl Mill

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  2. Me parece que yo estoy pensando en las causas finales y usted, don Karl -¡no sabe como le agradezco sus comentarios!- en las eficientes. Que hay necesidades fisiológicas obvias parece difícil dudarlo. Que esas necesidades pueden ir acompañadas de lo que el amigo Vere Gordon Childe llamaba la cultura material, tampoco. Pero después llega la tomatina de Buñol y nos deja la cultura material hecha unos zorros.

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  3. ¡Uy! Donde dice convenciones lingüísticas, debe decir construcciones lingüísticas.

    ¡Perdón mister Tomasello !

    Karl Mill

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  4. No sé si entender que lo arbitrario es lo natural (de la Naturaleza) y que es arbitrario en el mismo sentido en el que la evolución es aleatoria. Lo cultural impone límites (aunque sea también evolutiva) y encauza las pulsiones. A veces, se hace tan insoportable, que la gente necesita una vía de escape, de vuelta (controlada) a lo natural (una religión: de re-ligio o volver a unir al hombre con la Naturaleza). Lo que parece hipocresía acaba siendo como la válvula de escape de las ollas a presión. Por eso se admite. Los ilustrados tipo Krahe devienen moralistas y niegan hasta estas necesidades sociales que son eternas y ubicuas y que sólo estarían ausentes del "homo soviéticus" . Luego, son más integristas que aquellos a los que critican. Y hasta más opresores. Viva el carnaval. Un saludo, don Gregorio.

    Enrique García Vargas

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    Respuestas
    1. Yo diría que es la ley natural la que impone los siguientes limites a la cultura:
      1. El principio represor no puede ser reprimido.
      2. El principio represor no puede ser conocido.
      3. Sin autorepresión (sin delimitación) no hay vida en común.
      4. La autorepresión nos hace inevitablemente neuróticos.
      5. La neurosis nos hace idealistas.
      6...

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  5. Justo! Es así de contradictorio. Vida en común me parece que tampoco puede haberla sin represión organizada (no sólo auto-). No hay vida (humana) sin cultura, pero la cultura tiende a matar la vida.

    Enrique García Vargas

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  6. La conquista de la posición erguida ya es una represión del gateo. Y la represión del caminar, es la danza. Etc.

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  7. Pues habrá que reivindicar la represión, como hace usted con buen criterio... Muy agradecido.

    Enrique García Vargas

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  8. Perdón por la matraca, don Gregorio, pero comprenderá que no puede dejarnos ahí pensando sin más. Usted es un provocador: provoca la reflexión en cuatro párrafos y ahora nos quedamos dándole vueltas toda la mañana… Si no me equivoco, en el fondo se trata de una oposición entre lo natural legislativo y lo cultural arbitrario. Entiendo de sus palabras que la arbitrariedad lo que introduce es un ámbito de libertad de lo que carece lo natural. Por eso creo que dice que no se puede ser humano y natural al mismo tiempo. Lo que yo me pregunto es si lo natural y lo humano en lugar de relacionarse de forma disyuntiva (sive), lo hacen de forma inclusiva (versus). Quiero decir, si ser humano (cultural) no es sino una forma de ser natural, específica, pero una forma. En tal caso, lo natural y lo cultural se regirían por un mismo principio (que no ley) evolutivo: la eficacia reproductiva. Suena crudo, pero no es más que el conatus de Spinoza o la “Voluntad de poder” de Nietzsche, en el sentido de la necesidad de seguir viviendo. Este principio no presupone la arbitrariedad, sino la variabilidad (donde hay un principio, no puede haber arbitrariedad pura): donde se multiplican las formas (naturales o culturales) se multiplican también las posibilidades de que algunas de ellas (de forma aleatoria o no controlada) se perpetúe, no desaparezca poniendo fin de forma definitiva a los afanes de continuidad. Desde luego, como ha señalado más arriba Karl Mill, “los repertorios de soluciones institucionales [son] sorprendentemente limitados.” O mejor diría, relativamente o aparentemente limitados (puesto que la perpetuación pasa por una multiplicación de soluciones que, sin embargo, no es infinita). A este respecto, el concepto (sustancialista) que tiene Gordon Childe de cultura material es muy poco operativo a estas alturas de una Arqueología que la ve (a la cultura material) desde hace tiempo más como una forma de comunicación humana (simbólica y no escrita) que como una serie de rasgos culturales o funcionales. ¿Dónde queda la libertad? En algún sitio humano que hay que pensar. A lo mejor en esa comunicación que proporciona la cultura (también la material). Al estilo de Gadamer. ¿El diálogo de la cultura?

    Enrique García Vargas

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  9. ¿Provocador? Sí, también tiendo a provocarme a mí mismo.
    Yo he llegado a la conclusión (y por lo que sé de mi mismo, toda conclusión a la que llego lo único que hace es abrirme, tarde o temprano nuevos interrogantes) el hombre es por natura un ser que está obligado a ignorar su naturaleza (y en general "la" naturaleza). Ese es el papel que tiene la cultura, hacer de adormidera. Entre los mecanismos de este olvido, el más potente es la ley. Peor no me refiero a la ley de los códigos legales, sino a la que rige nuestro comportamiento. Creo que hay un ejercicio intelectualmente tan interesante como peligroso: intentar eliminar toda forma de providencia (toda ley que desde fuera del mundo regule su funcionamiento). Lo que queda es, a mi parecer, el De rerum natura de Lucrecio. Y aquí, para mi, empezó todo.

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  10. Me dejará usted toda la tarde pensando...

    Enrique García Vargas

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  11. Pues no sé si decirle que me alegro o que lo siento.
    Recuerde aquello de Rousseau: el hombre que piensa es un animal enfermo.
    Efectivamente, la humanidad es una enfermedad de la que no querríamos curarnos... a la espera de lo que diga el último hombre.

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  12. El problema es que la Natureleza no por negada es menos activa. Quiero decir, que siempre acaba sacando la cabeza por debajo de las barreras culturales que le ponemos (más que como una droga, veo la cultura como una presa, vamos, no que esté prisionera, sino que represa el agua desbordada de nuestra biología). De modo que la ley que nos ponemos debe tener sus excepciones para reconducir el agua. Pocas y bien elegidas, pero excepciones. A lo mejor, es lo que no comprendió Javier Krahe. Estoy leyendo a Lucrecio, entre tanto...

    Enrique García Vargas

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  13. Efectivamente, la naturaleza siempre se reserva la última palabra. Horacio lo dijo de forma magistral: "Naturam expelles furca, tamen usque recurret". Por eso la agricultura, y el cultus divini, y el cultus sui... o sea, la cultura, es paréntesis que hay que hacer pasar por permanente.

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