domingo, 15 de enero de 2012

El fulgor de Sant Francesc

Camino de Sant Francesc me entretuve en la caótica tienda de un librero de viejo, un inglés que me permitió perderme por los subterráneos de su negocio disfrutando de lo lindo. Como tardaba en salir, el hombre se interesó por lo que estaba buscando. Yo no estaba buscando nada, y por eso no lo encontraba, pero me demoraba huroneando a la caza de un azar. No sé cómo nuestra conversación derivó hacia las costumbres de los mallorquines. El inglés me aseguró que tenía que traer los libros viejos de Inglaterra, porque en Mallorca nadie quiere librarse de nada, por muy vetusto y destartalado que esté. "El mallorquín prefiere tirar algo al fuego que regalarlo o venderlo, no vaya a ser que, pretendiendo librarse de una antigualla, le de a un desconocido algo de un valor insospechado. No está bien eso. ¿No le parece?". "No se me ocurrirá -le contesté- hablar mal de España o de los españoles ante un inglés, señor librero". "Eso que acaba de decir es lo menos español que he oído nunca", me respondió, muy serio. Y así nos despedimos. A los pocos metros di con la estatua del gran Fray Junípero Serra, como salida a recibirme, que se encuentra frente a la iglesia de los franciscanos. 
 



El objetivo de mi visita era pasar un rato junto a Ramon LLull, "el personaje más importante que ha nacido en Mallorca, él sólo llena toda una página de la Edad media europea", según un folleto que me entregaron en la entrada. En la capilla que guarda el hermoso sepulcro del filósofo-beato se recogen limosnas para la causa de su santificación. Eché una moneda al cepillo -por mí no quedará la cosa- y me consideré con derecho a coger a cambio una estampita, en cuyo dorso se encuentra esta plegaria:

Oh Déu,
que cridàreu el beat Ramon Llull,
a convertir per la vostra gràcia,
a predicar la fe als pobles infeels
i a renovar l'Església;
feis que l'Evangeli que ell proclamà,
sigui anunciat per tot arreu
de paraula i d'obra.
Per nostre Senyor Jesucrist.

Estaba pensando yo cómo sentaría esta plegaria a las huestes alquaedianas o, en su defecto, a las autoridades argelinas, cuando, de repente, la iglesia se inundó espectacularmente de luz. La luz del sol declinante entraba de lleno el rosetón de la fachada y se proyectaba con una consistencia casi sólida en un fajo compacto de luminosidad sobre el altar mayor, sacando de cada dorado, que unos instantes antes apenas se insinuaban en la penumbra, unos fulgores de fuego. El espectáculo duró pocos, no sé cuántos minutos, y me provocó una serie de sentimientos ambivalentes que por pudor no voy a contar aquí. Después todo volvió a sumirse en la penumbra. Abandoné la iglesia solitaria y salí al claustro donde me recibieron las voces de los niños del colegio de los franciscanos. Me dirigí al hotel. En una hora tenía que dar una conferencia sobre Platón.

3 comentarios:

  1. Tu entrada me ha hecho pensar en esa curiosa forma de pensar de muchos mallorquines que se resume en: Te lo vendo siempre y cuando no lo quieras comprar.

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  2. Ah, ¿pero quedan mallorquines en ses ïlles? Creí que ya era de hecho un land alemán, salpicado de algunos ingleses extravagantes, como Graves, y algún resto nativo, como mi sobrina nieta... De todos modos, qué inglés el inglés, y qué filósofo cortés y no cortesano Vd., Gregorio... ¡Qué placer no buscar en una librería de viejo y dejarse hallar! Y a veces, qué pérdidas irreparables nos depara la timidez o la indecisión: tuve en mis manos un maravilloso diccionario etimológico del griego antiguo, pero el exorbitante precio en su día de 500 "peçetes" me tiró para atrás, ¡3 euros de hoy! Peor fue lo de Barral desdeñando 100 años de soledad, desde luego, cuando aún no era libro impreso.

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  3. Araceli, Juan: Palma es una ciudad muy hermosa que en estos días se permite el lujo de la placidez y un visitante merodeador es casi una excentricidad. Hacia un poco de fresco, pero no frío y cuando al sol le daba por salir, parecía que acababan de limpiar las viejas piedras de la parte vieja.

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