sábado, 1 de marzo de 2008

Chestita Baba Marta!

Ruja Popova me felicita, como todos los años en el día de Baba Marta, una fiesta ancestral búlgara con reminiscencias del culto a la Diosa Madre y su hijo el Sol. Y, como cada año desde que existe El Café de Ocata, aprovecho para felicitar a todos mis amigos búlgaros y, muy especialmente a la entrañable Ruja, con quien recorrí un par de veces su mágico país cantando canciones de Nino Bravo.

Es un buen día hoy para recordar al escritor búlgaro Yordan Radichkov. Leí no hace mucho una entrevista en la que recordaba que hubo un tiempo en que en una Bulgaria que no tenía ocho millones de habitantes se publicaban ochenta mil ejemplares de Victor Hugo ¡y se vendían todos! Es esa tradición truncada por la desolación comunista la que le hace añorar lo que pudo haber sido y no fue y dar forma literaria a su derecho al pataleo con una escritura en la que lo grotesco, lo absurdo y el realismo mágico se dan la mano.

"La vida –dice- es una hermosa frase llena de faltas de ortografía".

Radichkov sitúa sus obras en un pueblo, Cherkaski, sólo aparentemente imaginario, cuyos habitantes viven completamente aislados del resto del orbe. Antes de la caída del muro de Berlín muy de tarde en tarde y en un alarde de excentricidad se permitían imaginar –pero sólo imaginar- que cruzaban el Danubio y visitaban Rumanía, que para ellos era el colmo del exotismo. Pero nadie tuvo nunca agallas para hacer realidad este sueño. Después de la caída del muro se han modificado sus ensoñaciones. Ahora en sus sueños se atreven a abandonar sus casas, pero ya no están tan interesados en cruzar fronteras. Les urge más ir a la biblioteca, donde pueden ver por la única televisión del pueblo espectáculos de strip-tease con los que hace unos pocos años ni se hubieran atrevido a soñar. ¡Nadie podrá negar –dice Radichkov- que el cambio no ha sido radical! Durante el régimen comunista, Bulgaria era para Radichkov como un oso blanco flotando sobre un iceberg solitario en medio del océano. En el presente Bulgaria sigue igual, pero el océano no. “De vez en cuando nos cruzamos con otros osos y nos hacemos señas con la mano...”

1 comentario:

  1. Ayer por la mañana, en una cafetería de Villalba (madrid), la camarera que tendía la barrra nos sirvió dos cafés con leche. Al verme hojear el periódico me preguntó por quien iba a votar. "Eso no se lo puedo decir" le dije. "¿Usted va a votar?" le pregunté. "Yo no, soy extranjera". "¿De donde?" No soy bueno para los acentos. "Soy búlgara" Me he dado cuenta, es una apreciación nada científica, que los búlgaros utilizan la nacionalidad y los rumanos la nación. No es lo mismo ser búlgara que ser de Rumanía, pienso. Me fijé en ella. Era guapa al estilo griego, o tracio, le dije a Ana. Una nariz poderosa y lineal, unos ojos grandes y oscuros, el cabello muy negro, la cara fina y bien dibujada, mandíbula severa, labios finos y sonrisa dulce. "Es ueted muy tracia, le dije". "¿Conoce usted a los tracios?" me preguntó. "No, yo no, pero tengo un amigo que si sabe, mucho, y de los búlgaros.

    Si te acercas por aquí, amigo Luri, te llevaré a la cafetería. Al salir me dijo Ana, que muchos búlgaros se reúnen en ella para charlar, desayunar, ya sabes, reencontrarse con ellos.

    Esta "no-historia" es real.

    ResponderEliminar

La Isla de Siltolá

 I Finalmente, después de varios intentos fallidos, el mensajero nos ha encontrado en casa y me ha entregado los ejemplares de Una triste bú...