miércoles, 27 de diciembre de 2006

Alexander Selkirk

Octubre de 1704. El marinero escocés Alexander Selkirk tenía 30 años cuando fue abandonado en un islote basáltico del archipiélago Juan Fernández, en el Pacífico sur, a no menos de 600 kilómetros de la costa.

Un día divisó un barco y le hizo señas, pero resultó ser español y fue tratado a cañonazos, como leal enemigo.

Durante meses y meses rezó cada noche en voz alta para impedir la pérdida del lenguaje. Hasta que se olvidó de rezar de tanto rezar.

El 2 de febrero de 1709 el capitán británico Woodes Rogers dio con él por casualidad. Para esa fecha Selkirk ya había perdido el hábito del habla. Cuando la recobró contó que los primeros meses la “horrorosa soledad” le hizo la vida casi completamente insoportable. Pero poco se fue difuminando el deseo de ver un rostro humano.

Woodes Rogers tuvo que afilar sus argumentos para convencer a Alexander Selkirk de las ventajas de volver a la civilización.

Quien desee imaginarse la apariencia solitaria de Selkirk, puede leer Robinson Crusoe de Daniel Defoe, publicado en 1719. Está escrito pensando en él. Es improbable que Selkirk leyera la novela de Defoe.

La isla más pequeña y escarpada del archipiélago Juan Fernández se llama Alexander Selkirk. El marinero escocés Alexander Selkirk no estuvo en ella, sino en la conocida, desde 1966, con el nombre de Isla Robinson Crusoe.

Selkirk murió el 12 de diciembre de 1721, a bordo del Weymouth, en alta mar. Los mares de África recogieron su cuerpo.

4 comentarios:

  1. Interesante historia.
    Curioso lo de los españoles XD.

    ResponderEliminar
  2. El Filósofo Autodidacto encontró a Dios en su isla, en solitario y Selkirk perdió el habla de no usarla y se olvidó de rezar. Crusoe se inventó a Viernes. A cada cual le va según su esfuerzo, debe de ser así, pero lo cierto es que al único real le fué muy mal en, la verdad, que poco tiempo: 5 años.

    ResponderEliminar
  3. Ese capitán Woodes Rogers que aparece de pasada también tiene una peripecia interesante: después de navegar al corso por los siete mares haciendo la puñeta a los españoles, llegó a gobernador de las Bahamas y fue el instrumento de la Corona para acabar con la piratería caribeña que se había salido de madre. Un ejemplo acabado del paso del Imperio británico de los pirático a lo institucional del que habla, por ejemplo, Ferguson. Y una de las pocas historias de piratas que no acaban mal -para él, al menos.

    ResponderEliminar

La Isla de Siltolá

 I Finalmente, después de varios intentos fallidos, el mensajero nos ha encontrado en casa y me ha entregado los ejemplares de Una triste bú...