jueves, 8 de junio de 2006

Diálogo entre ausentes: Agustín y Ludwig

Karel Teige, "Collage"

Quizás ningún filósofo contemporáneo haya admirado más a Agustín de Hipona que Wittgenstein. No era raro verle pasear con las Confesiones bajo el brazo. Le interesaba especialmente –a él, que no comenzó a hablar hasta los cuatro años- el proceso agustiniano de conquista del habla. En última instancia, ambos balbucearon en busca de un habla cabal, sin poder descartar la respuesta del silencio.

Agustín: De súbito, me entregué completamente a mí mismo.

Ludwig: Parece ser que soy incapaz de aprender de mi vida.

Agustín: De repente alguien me habló; quizás era yo mismo, quizá otro, fuera o dentro de mí, no lo sé. Pues esto es lo que yo me esfuerzo sobre todo por saber.

Ludwig: No se puede pensar decentemente si uno no quiere hacerse daño.

Agustín: Cualquiera que piense que en esta vida mortal un hombre puede dispersar las tinieblas de las imaginaciones corporales y carnales para poseer la luz despejada de la verdad inmutable, y para penetrarla con la firme constancia de un espíritu completamente fuera de los modos comunes de vida, no entiende ni qué busca, ni quién es el que lo busca.

Ludwig (carta a su hermana): Llámame un buscador de la verdad.

Agustín de Hipona: Cuando se ama lo que se conoce aunque sea muy poco conocido, esta misma capacidad de amor lo hace mejor y más enteramente conocido.

Ludwig: ¿Por qué debiera uno decir la verdad si puede serle beneficioso decir una mentira?

Agustín: Quiero sanar completamente, porque soy un todo completo.

Ludwig: En este momento me encuentro vagando sin rumbo, presa de una gran inquietud.

Carta de Wittgenstein a su amigo Gilbert Pattison: Tienes una meta ambiciosa; desde luego que la tienes; de otro modo serías una persona sin rumbo.

El biógrafo de Agutín, Posidio, lo describió como “un hombre de los que se han ganado su fin”.

Wittgenstein: Mentirse a sí mismo acerca de sí mismo, engañarse acerca de cuáles son las verdaderas intenciones de la propia voluntad, es algo que ha de ejercer una influencia dañina en el estilo propio; pues el resultado será que no se podría distinguir qué es verdadero en ese estilo y qué falso…

Agustín: Podría decir con verdad y convicción absoluta que los hombres no son exentos de pecado porque no quieren serlo, pero si me vinierais a preguntar por qué no quieren serlo, entonces el asunto se complica.

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